martes, 16 de septiembre de 2008
BLANCA NIEVES
BLANCA NIEVES.
Hubo una vez reina que cosía, a mitad del invierno. Se pinchó en un dedo con la aguja y tres gotas de sangre cayeron en la nieve. La reina deseó tener una criatura tan blanca como la nieve y tan encarnada como la sangre. Al poco tiempo la reina tuvo una hija como la deseada a la cual llamaron Blanca Nieves. Pero al dar a luz, la reina expiró.
Su padre, el rey, volvió a casarse. Su nueva mujer era muy guapa, pero muy soberbia y altanera, y no podía soportar que hubiese alguien más bella. La envidia y el orgullo crecieron tanto en su corazón que un día ordenó a un cazador que matase a Blanca Nieves en el bosque y que le trajese como prenda su hígado y sus pulmones. El cazador la dejó con vida y mató a un jabato, le quitó el hígado y los pulmones y los llevó a la reina como prenda. La perversa mujer se los comió creyendo que eran los de Blanca Nieves.
Ella corrió hasta llegar a una casa donde todo era muy pequeño. La casa de los siete enanitos. Les contó cómo había llegado allí y ellos le dijeron que podía quedarse y que nada le faltaría. Cada mañana, los enanitos iban a las montañas a buscar oro mientras Blanca Nieves se ocupaba de la casa.
Pero la malvada madrastra supo por su espejito mágico que Blanca Nieves seguía con vida. Entonces fue a una habitación solitaria y muy secreta y allí preparó una manzana envenenada. Su aspecto era bellísimo, pero bastaría probarla para caer muerto al instante.
Se disfrazó de campesina, cruzó las siete montañas y llegó a la casa de los siete enanos. Le ofreció la manzana a Blanca Nieves y ella tuvo miedo.
-¿Temes que esté envenenada? Mira, voy a cortarla en dos; tú te comes la mitad roja y yo la blanca.
Blanca Nieves no se pudo resistir, alargó la mano y tomo la parte envenenada. Apenas la probó, cayó muerta en el piso. Los enanos, cuando volvieron, la pusieron sobre un catafalco de cristal y lo llevaron a la montaña donde alguno de ellos estaba siempre a su lado. Allí pasó mucho, mucho tiempo. Parecía dormida. Se mantenía tan blanca como la nieve y tan encarnada como la sangre.
Sucedió que un día el hijo del rey la encontró y al verla quiso llevarla a palacio. Los buenos enanos se compadecieron y le dieron el catafalco. Pero los siervos que la transportaban tropezaron y el pedazo de manzana envenenada que había mordido salió de su garganta. Abrió los ojos, se incorporó y recuperó la vida.
-Te amo más que nadie en el mundo. Ven al palacio de mi padre para que seas mi esposa.
Y Blanca Nieves amó al príncipe desde ese momento. Los esponsales fueron celebrados con enorme lujo y esplendor.
Y a la malvada madrastra le calzaron unas zapatillas de hierro que habían sido calentadas sobre carbones encendidos. No tuvo más remedio que ponerse las zapatillas al rojo vivo y bailar con ellas sin descanso hasta que cayó muerta.
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