El
tarro de aceitunas.
(Las
mil y una noches)
Narrador:
Una vez, hace muchos tiempo, un mercader de Bagdad, que se llamaba
Alí Cofia, decidió viajar a la ciudad sagrada de La Meca. Para los
creyentes musulmanes es una obligación visitar una vez en la vida
por lo menos esa sagrada ciudad. Alí arregló todos sus negocios,
alquiló su casa y dejó todas sus pertenencias. Pero, al final, se
dio cuenta de que le sobraban mil monedas de oro. Como no tenía ya
lugar donde dejarlas puesto que se había deshecho de todo, se le
ocurrió que podría guardarlas en un tarro de aceitunas.
Así lo hizo, guardó las mil monedas de oro en el fondo del tarro y luego lo llenó con aceitunas. Después le pidió a un amigo, que tenía fama de honrado, que le guardara el tarro de aceitunas hasta que regresara de su viaje. Al fin, Alí Cofia emprendió su viaje con dos camellos cargados de telas muy finas que pensaba vender en La Meca, aprovechando su viaje.
Cuando cumplió con su promesa de visitar la ciudad sagrada, se dirigió a otros países, siempre comerciando, de modo que en estos viajes pasó siete años.
Mientras tanto, una noche, la esposa del mercader al que le había dejado encargado su tarro de aceitunas, tuvo un gran antojo de comer éstas.Amigo: Mujer, tu antojo es fácil de cumplir, porque, recordarás que mi amigo Alí antes de marcharse me dejó encargado un gran tarro de aceitunas. Y hace tanto tiempo que hizo esto… y como no sabemos nada de él seguro es que le ha ocurrido algo. ¡Quién sabe! A lo mejor hasta ya se murió. ¿Por qué no me das una lámpara y bajo al almacén a buscar unas cuantas aceitunas del tarro? Mujer: ¡Ni lo quiera Alá! ¡Cómo se te ocurre semejante idea! Cuando alguien nos confía algo en depósito debemos respetarlo. Uno no sabe si Alí regresará un día u otro, y si no encuentra su tarro tal y como él lo dejó, ¿qué pensaría de ti? No, mejor deja el tarro como está y no lo toques… además, ya no tengo antojo de aceitunas.Narrador: Pero, a pesar de todos estos sabios consejos, el mercader no hizo caso a su mujer. Destapó el tarro y encontró que las aceitunas se habían podrido. Vacío el tarro y empezaron a caer unas cuantas monedas. Al ver el oro, el mercader se volvió loco de ambición.
A la mañana siguiente, el mercader, sin decir nada, tomó las mil monedas de oro, luego llenó el tarro con aceitunas frescas que había comprado; tapó el frasco y dejó todo como estaba antes.
Alí Cofia, por su parte, finalmente, regresó a su ciudad. Unos días después decidió ir a ver a su amigo el mercader honesto al cual le había dejado encargado su tarro de aceitunas. El otro mercader lo abrazó y lo felicitó por su feliz regreso y le entregó la llave del almacén para que él mismo tomara su tarro. Alí le dio las gracias y se llevó su cargamento a la posada donde se hospedaba. Alí vació las aceitunas, que todavía estaban muy frescas, pero del dinero ¡no había nada! Inmediatamente Alí fue a reclamar sus monedas.
Así lo hizo, guardó las mil monedas de oro en el fondo del tarro y luego lo llenó con aceitunas. Después le pidió a un amigo, que tenía fama de honrado, que le guardara el tarro de aceitunas hasta que regresara de su viaje. Al fin, Alí Cofia emprendió su viaje con dos camellos cargados de telas muy finas que pensaba vender en La Meca, aprovechando su viaje.
Cuando cumplió con su promesa de visitar la ciudad sagrada, se dirigió a otros países, siempre comerciando, de modo que en estos viajes pasó siete años.
Mientras tanto, una noche, la esposa del mercader al que le había dejado encargado su tarro de aceitunas, tuvo un gran antojo de comer éstas.Amigo: Mujer, tu antojo es fácil de cumplir, porque, recordarás que mi amigo Alí antes de marcharse me dejó encargado un gran tarro de aceitunas. Y hace tanto tiempo que hizo esto… y como no sabemos nada de él seguro es que le ha ocurrido algo. ¡Quién sabe! A lo mejor hasta ya se murió. ¿Por qué no me das una lámpara y bajo al almacén a buscar unas cuantas aceitunas del tarro? Mujer: ¡Ni lo quiera Alá! ¡Cómo se te ocurre semejante idea! Cuando alguien nos confía algo en depósito debemos respetarlo. Uno no sabe si Alí regresará un día u otro, y si no encuentra su tarro tal y como él lo dejó, ¿qué pensaría de ti? No, mejor deja el tarro como está y no lo toques… además, ya no tengo antojo de aceitunas.Narrador: Pero, a pesar de todos estos sabios consejos, el mercader no hizo caso a su mujer. Destapó el tarro y encontró que las aceitunas se habían podrido. Vacío el tarro y empezaron a caer unas cuantas monedas. Al ver el oro, el mercader se volvió loco de ambición.
A la mañana siguiente, el mercader, sin decir nada, tomó las mil monedas de oro, luego llenó el tarro con aceitunas frescas que había comprado; tapó el frasco y dejó todo como estaba antes.
Alí Cofia, por su parte, finalmente, regresó a su ciudad. Unos días después decidió ir a ver a su amigo el mercader honesto al cual le había dejado encargado su tarro de aceitunas. El otro mercader lo abrazó y lo felicitó por su feliz regreso y le entregó la llave del almacén para que él mismo tomara su tarro. Alí le dio las gracias y se llevó su cargamento a la posada donde se hospedaba. Alí vació las aceitunas, que todavía estaban muy frescas, pero del dinero ¡no había nada! Inmediatamente Alí fue a reclamar sus monedas.
Alí:
Amigo, vengo a decirte que el tarro de aceitunas que te confié no
sólo contenía aceitunas, sino mil monedas de oro que yo mismo
coloqué en el fondo y éstas han desaparecido. Si tú las tomaste
porque necesitabas el dinero está bien, podemos arreglarlo…
Amigo:
¿Acaso me estas diciendo que soy un ladrón? Cuando trajiste tu
tarro, tú mismo lo pusiste en el lugar en el que lo encontraste.
Nadie ha tomado nada y tal parece que no sabes agradecer un favor.
¡Ahora márchate de mi casa!
Narrador:
Alí no sabía qué hacer, así que se dirigió al tribunal donde
llevó su caso, pero como era la palabra de Alí contra la del
mercader, el juez no supo qué hacer. Finalmente, el juez mandó
llamar a dos expertos aceituneros a quienes les presentaron el tarro
de aceitunas, tomó una y se la dio a uno de los aceituneros.Juez:
¿Qué te parecen?Aceitunero:
Excelentes, señor. Están muy frescas, deben de ser de este
año.Juez:
Debes estar equivocado porque estas aceitunas fueron puestas en el
tarro hace siete años.Aceitunero:
Señor, que las pruebe el otro aceitunero, pero yo le aseguro que son
de este mismo año.Narrador:
El otro experto probó también las aceitunas, corroborando lo que
había dicho el primero. De esta forma, el juez supo cómo resolver
este problema. Castigó al mercader que había sido deshonesto y mal
amigo, y a Alí Cofia le fueron devueltas sus mil monedas de oro.
El
audio de este cuento lo tienes aquí.
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