miércoles, 5 de diciembre de 2012

El pacto del bosque

 
El pacto del bosque.
(Gustavo Martín Garzo. Adaptación)

Madre: ¡Venga, venga..., a la cama! Vamos, que ya es hora de dormir... Gonzalo, Paula, venga...; hasta que no estéis bien arropaditos no pienso comenzar. Así me gusta, muy bien... En aquel bosque, los lobos eran amigos de los conejos y nunca les hacían daño.
Gonzalo: ¡Yo sé por qué era!
Madre: A ver, señorito sabelotodo, dinos por qué.
Gonzalo: Por algo que les pasó a Orejitas y Lametón.
Madre: ¿Y quienes eran Orejitas y Lametón?
Gonzalo: Dos conejos muy buenos, mami.
Madre: Es verdad. Eran dos hermosos conejitos que desobedecieron a su mamá y un día abandonaron la madriguera sin su permiso. Orejitas tenía unas orejas muy largas y Lametón tenía la manía de chuparlo todo, todo. (Gestos/ risas de los niños). La señora coneja le fabricó un chupete con palo de regaliz, para que no anduviera llevándose a la boca todas las porquerías que encontraba. Orejitas y Lametón se alejaron tanto de su madriguera que acabaron perdiéndose. De repente, se hizo de noche y comenzaron a sentir miedo. Entonces, buscaron un lugar donde esconderse hasta la llegada del nuevo día, pero, de pronto, oyeron el llanto de un animal. Los dos conejos se acercaron y vieron a una enorme loba gris tumbada en el suelo. Tenía la barriga enorme, pues estaba a punto de dar a luz una camada de lobitos, y lloraba sin cesar.
-¿Por qué lloras? -le preguntó Orejitas temblando, pues pensaba que se lo iba a comer.
-Me he quedado ciega. El agua negra del pantano me cegó la vista. ¿Cómo podré alimentar y proteger a mis lobitos cuando nazcan?

Entonces, Lametón, se acercó a sus ojos y comenzó a lamérselos. Y así fue como le quitó el barro de sus párpados, que era la causa de su ceguera, y la loba recuperó la vista. Entonces, la loba, los cobijo junto a su barriga para que pasaran allí calientes la noche.
A la mañana siguiente, los acompañó a su madriguera y les prometió que cuando nacieran los lobitos, vendrían a verlos. Y la loba cumplió su promesa. Cuando alguno de los lobitos se hacía daño, corría junto a Lametón para que le chupara la herida.
Fue así como se selló el pacto del bosque y los lobos dejaron de perseguir a los conejos, pues pensaban que su saliva tenía el poder mágico de curar.

Paula: Pero eso no es cierto, ¿verdad, mamá?
Madre: ¿Quién lo sabe, Paula? En realidad, lo que la curó fue el amor. Y, ahora, a dormir, que ya es hora de que abráis la puerta a vuestros dulces sueños...

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jueves, 1 de noviembre de 2012

El bondadoso hermano menor.

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El bondadoso hermano menor.
(Adaptación Cuento popula húngaro/ Ilustr. Diane Goode. Edit. Asuri)

Había una vez un hermano menor con dos hermanos mayores. Los tres eran buenos hermanos. Cuando su padre y su madre fallecieron, nos le quedó otra cosa que dos fusiles.

H.mayor: ¿Cómo vamos a dividir dos fusiles entre tres hijos?
H.menor: Quedaos con ellos. A mi me basta que sigáis siendo mis dos buenos hermanos.

Así fue que los dos hermanos mayores tomaron los dos fusiles y con su hermano menor se marcharon a buscar fortuna.

Caminaron y caminaron hasta que llegaron a un gran bosque donde revoloteaban miles de palomas silvestres.

H.mayor: Voy a matar un par de tortolitas para que tengamos un sabroso asado.
H.menor: No las lastimes hermanito. Ellas nunca nos han hecho daño.

Bajo su fusil y los tres siguieron su marcha. Caminaron y caminaron hasta que lejos, muy lejos, llegaron a un lago donde nadaban miles de somorgujos.

H. mediano: Mataré un par de ellos. No hemos tenido ningún sabroso asado en todo nuestro viaje.
H.menor: Por favor, no mates a los pobres somorgujos. Ellos nunca nos han hecho daño.

El hermano mediano también le obedeció. Y los tres siguieron adelante. Caminaron y caminaron hasta que llegaron a una extensa llanura en medio de la cual había un arbusto con tres hermosos botones de azucena, de clavel y de rosa.
H. mayor y mediano: Qué hermosas flores. Vamos a cortarlas.
H.menor: No las cortéis. Van a marchitarse.

De repente saltó del arbusto un conejito con tanta fuerza que hizo caer de espaldas a los dos hermanos mayores. Sintieron miedo de cortar las flores y siguieron su camino. Y los tres llegaron a una casita. Dentro no había un alma.

H.mayor: Cómo me gustaría encontrar un bocadito de algo sabroso.

En un abrir y cerrar de ojos la mesa quedó puesta con toda clase de manjares y bebidas deliciosas. Se dieron un banquete tal que se sentían a punto de reventar. Entonces el menor de los hermanos dijo:

H.menor: Y ahora, sería bueno que pudiéramos dar las gracias a alguien por todas estas bendiciones.

En ese momento un hombrecito de un palmo de estatura y barba de casi treinta metros saltó dentro de la casita y gritó:

Hombrecito: ¡Hey, hey!
H.menor: Hey, hey, abuelito, muchas gracias por tu espléndida cena.
Hombrecito: Tienen suerte de que este jovenzuelo se atreviese a abrir la boca, pues de otro modo pronto habría terminado todo para ustedes.

Los llevó a un enorme palacio de mármol. El patio se encontraba lleno de cientos de caballos de piedra que montaban cientos de soldados de piedra. Entraron en un gran salón vacío donde había tres sillas doradas en medio de la sala.

Hombrecito: ¿Ven esas tres sillas? Pertenecen a tres princesas, por siempre hermosas, por siempre encantadas; cada una tenía una perla y una corona. Las tres perlas estás por siempre ocultas dentro de tres huevos de paloma silvestre, y las tres coronas yacen por siempre en el fondo del lago verde. Las tres princesas serán las tres hermosas flores que vieron en el arbusto en mitad de la pradera. A menos que alguien encuentre la perlas y las coronas y después adivine cuál de las tre flores es la princesa mayor, cuál la de en medio y cuál la más joven y entonces, en el orden apropiado, de la mayor a la menor, coloque en cada una de las flores una perla y una corona. Tal será quien desbarate tan terrible encantamiento. Pero quien se equivoca al instante se convierte en piedra, como ustedes pueden ver en derredor. Así, pues, ¿quién de ustedes quiere romper el hechizo?

El primero en salir fue el hermano mayor, que se convirtión en piedra al no encontrar las perlas ni las coronas. La suerte del hermano de enmedio fue exactamente la misma. Por último, el hermano menor salió a probar fortuna, pero por más que buscó no pudo encontrar siquiera el cascarón de un huevo de paloma silvestre. ¡Ahora estaba condenado, también! Mientras estaba sollozando y lamentándose, una paloma bajo y le dijo:

Paloma: No llores, no te lamentes, bondadoso muchacho. Tú te compadeciste de nosotras; nosotras te tendremos compasión. Aquí están los tres huevos que has estado buscando.

Le dio las gracias y siguió caminando hacia el lago. Un somorgujo llegó revoloteando y le dijo:

Somordujo: No llores, no te lamentes, muchaco. Aquí están las tres coronas del fondo del lago. Ya ves, no en balde tienes un bue corazón.

Y así llegó caminando hasta la gran llanura donde crecían las tres hermosas flores. Cuando estaba desesperado, sis atreverse a tocar ninguna, el conejito salió a su encuentro y le dijo:

Conejito: No llores, no te lamentes, muchacho. Escucha mis palabras: la azucena es la mayor, el clavel la de en medio y la rosa la menor de las princesas.

Rápidamente, en el orden indicado, colgó cada una de las perlas del tallo de cada una de las flores y las coronas encima de cada una de las flores. En un abrir y cerrar de ojos, las tres flores se convirtieron en tres hermosas princesas por siempre a salvo de todo hechizo.
Y en ese mismo instante el país volvió a la vida: caballos, solados, hombres y los dos hermanos de piedras, todos, comenzaron a respirar.
El bondadoso hermano menor se casó con la menor de las princesas; los dos hermanos mayores se casaron con las dos princesas mayores.

Después de eso vivieron mucho, mucho tiempo y, si no han muerto, todavía andarán por ahí. 

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sábado, 6 de octubre de 2012

Por qué los animales tienen cola.

Por qué los animales tienen cola.
(Adapatado de Natha Caputo. Un cuento para cada día. Sara Cone Bryant y Natha Caputo. Edit. SM.)

Érase que se era cuando los animales no tenía cola: ni el zorro, ni el conejo, ni la comadreja, ni el ratón... Entonces se organizó una feria donde se venderían colas, miles de colas de todos los tamaños y colores.Nunca se había visto una feria así.
El zorro, deseoso de tener cola, corrió tanto que llegó el primero. Se encontró con un montón de colas en venta. Las había gruesas, finas, largas, cortas, espesas, rayadas, lisas, ásperas…
El zorro eligió la que más le gustaba. Una bonita y espesa cola, ideal para un zorro tan elegante como él.
Por el camino se encontró con el perro y éste le pregunto:

Perro: ¿Quedan todavía colas para mi?
Zorro: ¡Sí, claro que sí, pero ninguna tan bonita como la mía!

Cuando llegó a la feria el perro eligió una cola que le parecía bien y en camino de regreso se encontró con el gato con el que por entonces no se llevaba mal:

Gato: ¿Quedan todavía colas en venta?
Perro: ¡Sí, sí..., todavía hay muchas, pero ninguna tan bonita como la mía! Seguro que encuentras una para ti.

El gato encontró una larga y rayada cola que parecía que se movía sola y se la quedó. Pero en el camino de vuelta se encontró con el caballo. El caballo inquieto le preguntó:

Caballo: ¿Quedan todavía colas en venta para mi?
Gato: ¡Sí, sí, hay muchas colas en venta, pero ninguna tan bonita como la mía.

El caballo encontró una gran cola con largas crines que le gustó mucho y la compró. Pero en el camino de vuelta se encontró con la vaca:

Vaca: ¿Quedan todavía colas por vender?
Caballo: Sí, sí, señora vaca, todavía quedan, pero las más espesas y con más pelos ya se han vendido. No encontrará ninguna tan bonita como la mía.

La vaca buscó y rebuscó hasta que encontró una larga cola que le gustó mucho y se quedó con ella.
Al final llegó el cerdito y sólo encontró una pequeña cola en espiral que la encontró muy bonita y se la colocó rápidamente no fuera a quedarse sin ella. Le pareció muy bonita y se la colocó. El cerdito se fue para su casa repitiendo:

Cerdo: ¡Tengo una bonita cola! ¡Tengo una bonita cola!

Y desde entonces todos los animales tienen cola, aunque fue el zorro el que se llevó la cola más bonita.
Y colorín, colorado, este cuento que traerá cola, se ha terminado.

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lunes, 3 de septiembre de 2012

La anciana astuta.

La anciana astuta.
(Cuento popular francés)


Narrador: Hace mucho tiempo, la ciudad francesa de Carcasona sufrió un durísimo asedio y sus habitantes se quedaron sin nada que comer. El hambre y las enfermedades mataron a mucha gente, y las pocas personas que quedaban con vida comenzaron a desesperarse. El alcalde de la ciudad reunió entonces en la plaza mayor a todos los vecinos y les habló así:
Alcalde: Amigos, nuestras provisiones se han agotado. No tenemos más remedio que rendirnos.
Narrador: Las palabras palabras del alcalde causaron una profunda conmoción, y todos guardaron silencio. De pronto, una anciana que se encontraba entre la multitud exclamó furiosa:
Anciana: ¿Rendirnos? ¡De ninguna manera! No podemos consentirlo.
Alcalde: ¡No hay más remedio que hacerlo!
Anciana: Tenemos que intentar algo. Escuchad: yo tengo un plan. Si hacéis lo que os diga, la ciudad se salvará.
Narrador: El alcalde se quedó muy sorprendido por la seguridad con la que se expresaba aquella mujer y decidió que valía la pena escuchar su propuesta.
Alcalde: Bien. Dinos qué necesitas para llevar a cabo tu idea.
Anciana: Traedme una vaca.
Alcalde: ¿Una vaca? No sabes lo que dices. Si fuera tan fácil encontrar una vaca, no estaríamos en esta situación. ¡No queda ningún animal vivo en toda la ciudad!
Anciana: ¡Traedme una vaca!
Narrador: El alcalde no tuvo más remedio que ordenar a su soldados que registraran todas las casas, una por una , para ver si encontraban alguna vaca. Por fin, en el establo de un granjero avaro apareció una vaca que el hombre había escondido para venderla a un buen precio cuando ya no hubiera nada que comer. Los soldados se apoderaron de la vaca y se la llevaron a la anciana.
Anciana: Ahora, necesito medio saco de trigo.
Alcalde: ¿Trigo? ¡Imposible! ¡No hay un solo grano de trigo en toda la ciudad!
Anciana: ¡Traedma trigo!
Narrador: Y otra vez los soldados fueron por las casas para ver si conseguían reunir lo que la anciana había pedido. Y con un puñadito aquí y otro allá, por fin lograron hacerse con medio saco de trigo. En cuanto los soldados volvieron con el trigo, la anciana se lo dio de comer a la vaca, ante el asombro del alcalde y de cuantos estaban con él. Luego, cuando la vaca terminó de comer, la mujer le ató una cuerda al cuello y la llevó hasta las murallas de la ciudad. Una vez allí, ordenó a un soldado que abriera la puerta y empujó a la vaca con todas sus fuerzas hacia el exterior.
Nada más ver a la vaca, los soldados enemigos la cogieron y la llevaron a su campamento.
Rey: ¿Dónde habéis encontrado esta vaca?- preguntó asombrado le rey a sus soldados.
Soldado: Estaba paciendo tranquilamente junto a las murallas, a las puerta de la ciudad.
Rey: ¡Eso significa que en Carcasona aún hay animales para alimentar a la población!
Soldado: En cambio, nosotros no tenemos carne fresca desde hace muchísimo tiempo.
Narrador: Los soldados mataron a la vaca para comérsela y vieron que el animal tenía el estómago lleno de trigo.
Soldado: ¡En Carcasona tienen trigo para alimentar a los animales!
Narrador: El rey, tras reflexionar unos minutos, dijo apesadumbrado:
Rey: Si los habitantes de Carcasona todavía disponen de grano para alimentar a sus animales, nosotros moriremos de hambre antes que ellos. Así que levantad el campamento. ¡Nos vamos de aquí!
Narrador: Y aquella misma noche se retiró el ejército enemigo.
Para celebrar el final del asedio, los habitantes de Carcasona pasearon triunfalmente a la anciana por las calles. Y siempre le mostraron su gratitud por haber librado a la ciudad de aquella situación tan terrible.

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lunes, 2 de julio de 2012

Apolo y Dafne.

Apolo y Dafne.

Hace mucho tiempo, cuando los dioses disputaban entre sí y las ninfas habitaban las frescas arboledas, ocurrió esta hermosa historia.
Apolo, dios del sol y de las artes, era un excelente arquero, capaz de abatir cualquier bestia salvaje con una sola flecha. Cegado por la vanidad, el dios comenzó a comportarse de forma arrogante y a burlarse de Eros.
Eros era el dios del amor. Bajo se inocente apariencia de niño, se oculta el enorme poder de manejar caprichosamente los sentimientos de los demás. Él también llevaba un arco y unas flechas, con los que rendía los corazones al fuego del amor.
Un día, las burlas de Apolo llegaron demasiado lejos:

Apolo: ¡Deja esas flechas, Eros!
Eros: ¿Y por qué he de dejarlas?
Apolo:Resulta ridículo que un niño como tú las lleve. Las flechas son armas de valiente...
Eros: Todos sabemos que tus flechas son temibles, Apolo. Pero te aseguro que nadie puede resistirse a las mías. Ni siquiera tú... !Te lo demostraré!

Tras proferir aquella inquietante amenaza, Eros se marchó de allí.Y desde ese mismo instante, esperó pacientemente el momento de ejecutar su venganza.
Una mañana, siguiendo su costumbre, Apolo salió a pasear por el bosque. No podía sospechar que Eros lo esperaba oculto entre los matorrales.Cuando el niño tuvo a Apolo a su alcance, le disparó una flecha. Era una flecha de madera de ciprés, con la punta de oro: la flecha del amor. Satisfecho, Eros se dirigió velozmente a un arroyo cercano. Allí se encontraba Dafne, la hermosa ninfa hija del río Peneo. El pequeño dios le disparó a la ninfa una flecha con la punta de bronce. Quienes resultaban heridos por ella rechazaban a los que se atrevían a amarlos. Así comenzó una historia de amor imposible.
Un día, Dafne recogía flores silvestres cuando Apolo , de repente, la vio. Él sintió que su
corazón se agitaba e intentó acercarse a la ninfa para hablar con ella. Ella, al advertir su presencia, se escondió entre los árboles.
Desde ese momento, una y otra vez, Apolo recorrió incansable el lugar donde había visto a Dafne. Ya no podía disfrutar con el frescor de las mañanas o los hermosos colores del atardecer , sólo quería encontrar a la ninfa y declararle su amor. Muchas veces Apolo conseguía verla , pero ella siempre lo rehuía:

Apolo: ¡Detente! Por favor, no corras , no quiero hacerte daño …

Pero Dafne escapaba y Apolo sufría imaginando que ella pudiera tropezar y lastimarse en su huída.
Una mañana, mientras Dafne descansaba junto a un árbol, Apolo intentó acercarse sigilosamente. En cuanto ella se dio cuenta, echó a correr como otras veces. Apolo la persiguió entre los árboles, junto al claro del camino, por la orilla del río... Dafne estaba agotada.
Y,afligida por aquella situación que la obligada a huir sin tregua, suplicó a Peneo:

Dafne: Ayúdame, padre! Tú tienes poderes divinos. Quítame esta apariencia que me atormenta. Te lo ruego: concédeme otro cuerpo en el que vivir sin turbación.

Dafne no había acabado de hablar cuando notó que sus pies se hacían pesados. Luego, se sintió atada a la Tierra: le habían brotado raíces. Su piel se cubrió de una tierna corteza, los brazos se convirtieron en ramas y el pelo se llenó de hojas alargadas de color verde oscuro...La ninfa se había convertido en un hermoso árbol, un esbelto laurel de frondosa copa. Cuando Apolo llegó, aún pudo advertir en aquel árbol el alma de su amada y comprendió lo ocurrido. Llorando, abrazó el tronco del laurel y dijo:

Apolo: Dafne, querida mía …, no te olvidaré nunca. Siempre te llevaré conmigo.

Y tomando unas hojas del árbol, tejió una corona que se colocó sobre la cabeza. Desde entonces, la corona de laurel ha acompañado las glorias de los héroes.


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domingo, 3 de junio de 2012

Una cartera llena de relojes.

Una cartera llena de relojes.

El Miguel trabajaba en una relojería. Aunque era un simple aprendiz, su jefe le tenía tanta confianza que lo envío a la capital a recoger una importante remesa de relojes de oro. En el viaje de vuelta, Miguel cabalgaba a todo galope. Tenía miedo, pues sabía que los caminos no eran seguros. Temía que le robasen la cartera llena de relojes de oro que llevaba colgada de la silla de montar. De pronto, en el camino se cruzó un hombre a caballo.

Bandido:¡Baja del caballo o disparo!
Miguel:¡Tranquilo! ¡Ahora mismo bajo!
Bandido:¡Dame tu reloj!
Miguel obedeció sin rechistar. Sacó su reloj del bolsillo y se lo tendió al bandolero.
Bandido:¡Ahora dame todo el dinero que lleves encima!

Miguel soló tenía una idea en la cabeza: que el bandolero no le pidiera la cartera donde iban los relojes de oro. Pero la suerte no le acompañó. De pronto, el ladrón reparó en la en la cartera:

Bandido:¡Ahora quiero esa cartera que llevas colgada de la silla! ¡Y no hagas movimientos bruscos, o disparo!

A regañadientes, desató la cartera y se la entregó al salteador. El ladrón la abrió con el único propósito de meter en ella el reloj y las monedas que acababa de robarle a Miguel, pero, cuando vio lo que había dentro de la cartera , sonrió de oreja a oreja. Entonces, Miguel se dirigió al ladrón:

Miguel:Señor, esos relojes de oro no son míos: he ido a la ciudad a recogerlos por encargo de mi jefe. Cuando vuelva a la relojería donde trabajo, mi jefe pensará que he sido yo quien se ha quedado con los relojes, y me molerá a palos. Es probable incluso que me denuncie ante la policía y me ahorquen por ladrón. ¡Será toda una vergüenza para mis padres!
Bandido:¡Y qué quieres que haga yo!
Miguel:Tiene que quedar claro que me han robado. ¡Ayúdeme, por favor!
Bandido:¿Que te ayude? ¿Y qué quieres que haga?
Miguel:Que dispare a mi ropa, para que mi jefe vea que no tuve más remedio que entregar los relojes. Tiene que parecer que me he resistido hasta el final. Por favor, dispare unas balas contra mi sombrero. Así parecerá que me he escapado por los pelos...
Bandido:Si eso es lo que quieres, lo haré con mucho gusto.

Entonces, Miguel se quitó el sombrero y lo dejó colgando de su mano, lo más separado posible del cuerpo. El salteador disparó alegremente contra el sombrero. Luego, Miguel volvió a ponérselo y dijo:

Miguel:¡Dispáreme también en el abrigo, y así mi jefe no podrá dudar de que me he enfrentado a todo un ladrón!

Miguel se quitó el abrigo y lo sostuvo con una mano, a cierta distancia de su cuerpo, y el salteador volvió a dispar unas cuantas balas. Cuando acabó, Miguel señaló una parte del abrigo y dijo:

Miguel:Un disparo más aquí, en el bolsillo.

Entonces el salteador apretó el gatillo de la pistola, pero todo lo que se oyó fue un pequeño “clic”. Había disparado tantas veces que no quedaba ni una sola bala en el colgador. Sin perder un segundo Miguel tiró el abrigo contra la cara del ladrón, le arrancó la cartera de las manos, montó en su caballo y se alejó a todo galope.
Cuando Miguel llegó a la ciudad y contó lo ocurrido, su jefe rió de buena gana y dijo: 
 
Jefe: Esta claro que la astucia puede más que la maldad. 
 
Luego, el relojero le entregó a Miguel una buena recompensa, además de un abrigo y un sombrero nuevos. Y, desde aquel día los dos tuvieron una buena historia que contar a todo el que quisiera escucharla.

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jueves, 3 de mayo de 2012

Los higos



Los higos.
(Adaptación cuento tradicional hebreo)
El emperador volvía a caballo de recorrer sus tierras cuando vio al margen del camino a un anciano que estaba plantando un árbol. Lleno de curiosidad, el emperador se apeó del caballo y le dijo al anciano:

Emperador: ¿Por qué te molestas en plantar un árbol con la edad que tienes?¿No ves que,cuando empiece a dar frutos, lo más seguro es que ya estés muerto?¡Deja la tarea de plantar árboles para tus hijos y tus nietos!
Anciano:Majestad, planto árboles igual que lo hicieron mis padres y mis abuelos. Cuando yo nací, había ya muchos árboles en el mundo, porque los habían plantado nuestros antepasados. Así que ahora me toca a mí plantar los árboles del futuro para que los disfruten mis hijos y mis nietos. Seguro que este árbol que veis aquí, de ramas tan desnudas y esmirriadas, será algún día una buena higuera.
Emperador: ¡Me encantan los higos! Si todavía estás vivo cuando tu higuera empiece a darlos, tráeme unos cuantos a palacio, porque me gustará mucho probarlos. Ojalá que Dios te dé muchos años de vida para que puedas seguir plantando árboles y comiendo sus frutos.

Tras decir esto, el emperador subió de nuevo al caballo y siguió su camino.
Tiempo después, la higuera empezó a echar hojas, y a los tres años dio sus primeros frutos. Entonces, el anciano tomó su mejor cesta, la limpió hasta sacarle brillo y la llenó con sus higos más lozanos. Luego, le pidió a un vecino suyo un paño para taparlos y, tras colgarse la cesta del brazo, salió camino de palacio.
Cuando llegó, los guardias del emperador le cerraron el paso. Tomaron al viejo por un mendigo, incluso por un loco.

Anciano: Fue el emperador quien me pidió los higos.

Los guardias no se lo creyeron. Con todo, fueron a consultar con el emperador, quien, tras hacer memoria, dijo:

Emperador: Sí, creo recordar que, hace tres o cuatro años, vi a un anciano en el campo plantando una higuera y me paré a hablar con él. Dejadle entrar.
Cuando el anciano estuvo ante el emperador, le entregó los higos. El emperador los olió y quedó encantado con su fragancia. Luego, tomó uno y se lo comió con gran placer.

Emperador: ¡Hum! Si todos lo higos de tu higuera son tan dulces como éste, no hay duda de que hiciste muy bien al plantarla. Espero que tengas una larga vida. Y, para que veas cuánto me gustan tus higos, voy a corresponderte con un regalo. Tesorero, llena la cesta de este anciano de monedas de oro.

El anciano hizo el camino de vuelta con una sonrisa en los labios. Ya estaba a la puerta de su casa cuando se cruzó con su vecino, el que le había prestado el paño para cubrir los higos. Lleno de curiosidad, el vecino le preguntó:

Vecino: ¿De dónde vienes? Veo que te has vestido con tus mejores ropas, así que no hay duda de que has ido ha visitar a una persona importante. Ven a tomar el té y nos lo cuentas todo.

El anciano aceptó la invitación y entró en casa de su vecino. Dejó la cesta sobre la mesa y levantó el paño con el que había tapado los higos.

Anciano: Aquí tenéis vuestro paño. Mil gracias por habérmelo dejado.

El vecino y su mujer se quedaron embobados mirando las monedas de oro que había dentro de la cesta. El anciano les contó que el emperador se las había regalado para agradecerle unos higos.
Cuando el anciano se volvió a su casa, la mujer del vecino se plantó delante de su esposo y le dijo:

Mujer: ¡Mira que eres tonto ! ¡Tantos años pensando en un modo de hacerte rico y no se te había ocurrido el más simple de todos! ¡Ahora mismo vas a llenar una cesta de higos y se las vas a llevar al emperador! Le dices que se los coma y luego le pides que te llene la cesta de monedas de oro. Venga, ¿a qué esperas? Ve preparándote, que yo voy a buscar la cesta.

Cuando llegó al palacio, les pidió a los guardias que le dejasen entrar, pero ellos se negaron.
Vecino: ¿Cómo que no me dejáis pasar?

Justo entonces, el emperador paso por allí y oyó la discusión.

Emperador: ¿Por qué querrías verme?
Vecino: Majestad, mi vecino os trajo una cesta de higos y le pagásteis con una buena cantidad de monedas de oro. Yo también os traigo unos higos excelentes. ¿Verdad que me merezco una recompensa ?
Emperador: ¡Ah, cuando tu vecino me dio los higos, me los regaló de todo corazón, y sin esperar nada a cambio ! Pero no te preocupes, que también a ti daré lo que te mereces.

Entonces, el emperador ordenó a sus guardias que ataran a aquel hombre a la puerta del palacio y que dejaran la cesta llena de higos en el suelo. Y luego añadió:

Emperador: ¡Ordeno que el que pase por aquí tome un higo y se lo lance a la cara a este mentecato !

Y así se hizo. Todo el que pasó por delante del palacio sacó un higo de la cesta y lo estampó con las narices del hombre atado. Cuando los higos se acabaron, el emperador mandó soltar al hombre y le permitió que volviera a casa.
Su esposa lo esperaba en la puerta, impaciente por ver la monedas de oro. Cuando vió la cesta vacía, exclamó muy decepcionada:

Mujer: Pero, ¿qué es lo que ha pasado? ¿Dónde están las monedas de oro?
Vecino: ¡Ay, esposa querida, no sabes lo estúpidas que llegan a ser tus ideas! ¿Conque me iban a dar oro a cambio de unos pocos higos, eh? ¡Pues entérate de que me los han tirado todos a la cara! ¿Y aún tengo que estar agradecido... ?
Vecino: ¿Agradecido? ¿Por qué?
Mujer: Porque nuestro vecino tuvo la buena idea de plantar una higuera. ¡Imagínate qué habría sido de mí si se le hubiera ocurrido plantar un limonero!

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