jueves, 1 de noviembre de 2012

El bondadoso hermano menor.

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El bondadoso hermano menor.
(Adaptación Cuento popula húngaro/ Ilustr. Diane Goode. Edit. Asuri)

Había una vez un hermano menor con dos hermanos mayores. Los tres eran buenos hermanos. Cuando su padre y su madre fallecieron, nos le quedó otra cosa que dos fusiles.

H.mayor: ¿Cómo vamos a dividir dos fusiles entre tres hijos?
H.menor: Quedaos con ellos. A mi me basta que sigáis siendo mis dos buenos hermanos.

Así fue que los dos hermanos mayores tomaron los dos fusiles y con su hermano menor se marcharon a buscar fortuna.

Caminaron y caminaron hasta que llegaron a un gran bosque donde revoloteaban miles de palomas silvestres.

H.mayor: Voy a matar un par de tortolitas para que tengamos un sabroso asado.
H.menor: No las lastimes hermanito. Ellas nunca nos han hecho daño.

Bajo su fusil y los tres siguieron su marcha. Caminaron y caminaron hasta que lejos, muy lejos, llegaron a un lago donde nadaban miles de somorgujos.

H. mediano: Mataré un par de ellos. No hemos tenido ningún sabroso asado en todo nuestro viaje.
H.menor: Por favor, no mates a los pobres somorgujos. Ellos nunca nos han hecho daño.

El hermano mediano también le obedeció. Y los tres siguieron adelante. Caminaron y caminaron hasta que llegaron a una extensa llanura en medio de la cual había un arbusto con tres hermosos botones de azucena, de clavel y de rosa.
H. mayor y mediano: Qué hermosas flores. Vamos a cortarlas.
H.menor: No las cortéis. Van a marchitarse.

De repente saltó del arbusto un conejito con tanta fuerza que hizo caer de espaldas a los dos hermanos mayores. Sintieron miedo de cortar las flores y siguieron su camino. Y los tres llegaron a una casita. Dentro no había un alma.

H.mayor: Cómo me gustaría encontrar un bocadito de algo sabroso.

En un abrir y cerrar de ojos la mesa quedó puesta con toda clase de manjares y bebidas deliciosas. Se dieron un banquete tal que se sentían a punto de reventar. Entonces el menor de los hermanos dijo:

H.menor: Y ahora, sería bueno que pudiéramos dar las gracias a alguien por todas estas bendiciones.

En ese momento un hombrecito de un palmo de estatura y barba de casi treinta metros saltó dentro de la casita y gritó:

Hombrecito: ¡Hey, hey!
H.menor: Hey, hey, abuelito, muchas gracias por tu espléndida cena.
Hombrecito: Tienen suerte de que este jovenzuelo se atreviese a abrir la boca, pues de otro modo pronto habría terminado todo para ustedes.

Los llevó a un enorme palacio de mármol. El patio se encontraba lleno de cientos de caballos de piedra que montaban cientos de soldados de piedra. Entraron en un gran salón vacío donde había tres sillas doradas en medio de la sala.

Hombrecito: ¿Ven esas tres sillas? Pertenecen a tres princesas, por siempre hermosas, por siempre encantadas; cada una tenía una perla y una corona. Las tres perlas estás por siempre ocultas dentro de tres huevos de paloma silvestre, y las tres coronas yacen por siempre en el fondo del lago verde. Las tres princesas serán las tres hermosas flores que vieron en el arbusto en mitad de la pradera. A menos que alguien encuentre la perlas y las coronas y después adivine cuál de las tre flores es la princesa mayor, cuál la de en medio y cuál la más joven y entonces, en el orden apropiado, de la mayor a la menor, coloque en cada una de las flores una perla y una corona. Tal será quien desbarate tan terrible encantamiento. Pero quien se equivoca al instante se convierte en piedra, como ustedes pueden ver en derredor. Así, pues, ¿quién de ustedes quiere romper el hechizo?

El primero en salir fue el hermano mayor, que se convirtión en piedra al no encontrar las perlas ni las coronas. La suerte del hermano de enmedio fue exactamente la misma. Por último, el hermano menor salió a probar fortuna, pero por más que buscó no pudo encontrar siquiera el cascarón de un huevo de paloma silvestre. ¡Ahora estaba condenado, también! Mientras estaba sollozando y lamentándose, una paloma bajo y le dijo:

Paloma: No llores, no te lamentes, bondadoso muchacho. Tú te compadeciste de nosotras; nosotras te tendremos compasión. Aquí están los tres huevos que has estado buscando.

Le dio las gracias y siguió caminando hacia el lago. Un somorgujo llegó revoloteando y le dijo:

Somordujo: No llores, no te lamentes, muchaco. Aquí están las tres coronas del fondo del lago. Ya ves, no en balde tienes un bue corazón.

Y así llegó caminando hasta la gran llanura donde crecían las tres hermosas flores. Cuando estaba desesperado, sis atreverse a tocar ninguna, el conejito salió a su encuentro y le dijo:

Conejito: No llores, no te lamentes, muchacho. Escucha mis palabras: la azucena es la mayor, el clavel la de en medio y la rosa la menor de las princesas.

Rápidamente, en el orden indicado, colgó cada una de las perlas del tallo de cada una de las flores y las coronas encima de cada una de las flores. En un abrir y cerrar de ojos, las tres flores se convirtieron en tres hermosas princesas por siempre a salvo de todo hechizo.
Y en ese mismo instante el país volvió a la vida: caballos, solados, hombres y los dos hermanos de piedras, todos, comenzaron a respirar.
El bondadoso hermano menor se casó con la menor de las princesas; los dos hermanos mayores se casaron con las dos princesas mayores.

Después de eso vivieron mucho, mucho tiempo y, si no han muerto, todavía andarán por ahí. 

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