El
pacto del bosque.
(Gustavo
Martín Garzo. Adaptación)
Madre:
¡Venga, venga..., a la cama! Vamos, que ya es hora de dormir...
Gonzalo, Paula, venga...; hasta que no estéis bien arropaditos no
pienso comenzar. Así me gusta, muy bien... En aquel bosque, los
lobos eran amigos de los conejos y nunca les hacían daño.
Gonzalo:
¡Yo sé por qué era!
Madre:
A ver, señorito sabelotodo, dinos por qué.
Gonzalo:
Por algo que les pasó a Orejitas y Lametón.
Madre:
¿Y quienes eran Orejitas y Lametón?
Gonzalo:
Dos conejos muy buenos, mami.
Madre:
Es verdad. Eran dos hermosos conejitos que desobedecieron a su mamá
y un día abandonaron la madriguera sin su permiso. Orejitas tenía
unas orejas muy largas y Lametón tenía la manía de chuparlo todo,
todo. (Gestos/ risas de los niños). La señora coneja le fabricó un
chupete con palo de regaliz, para que no anduviera llevándose a la
boca todas las porquerías que encontraba. Orejitas y Lametón se
alejaron tanto de su madriguera que acabaron perdiéndose. De
repente, se hizo de noche y comenzaron a sentir miedo. Entonces,
buscaron un lugar donde esconderse hasta la llegada del nuevo día,
pero, de pronto, oyeron el llanto de un animal. Los dos conejos se
acercaron y vieron a una enorme loba gris tumbada en el suelo. Tenía
la barriga enorme, pues estaba a punto de dar a luz una camada de
lobitos, y lloraba sin cesar.
-¿Por
qué lloras? -le preguntó Orejitas temblando, pues pensaba que se lo
iba a comer.
-Me
he quedado ciega. El agua negra del pantano me cegó la vista. ¿Cómo
podré alimentar y proteger a mis lobitos cuando nazcan?
Entonces,
Lametón, se acercó a sus ojos y comenzó a lamérselos. Y así fue
como le quitó el barro de sus párpados, que era la causa de su
ceguera, y la loba recuperó la vista. Entonces, la loba, los cobijo
junto a su barriga para que pasaran allí calientes la noche.
A
la mañana siguiente, los acompañó a su madriguera y les prometió
que cuando nacieran los lobitos, vendrían a verlos. Y la loba
cumplió su promesa. Cuando alguno de los lobitos se hacía daño,
corría junto a Lametón para que le chupara la herida.
Fue
así como se selló el pacto del bosque y los lobos dejaron de
perseguir a los conejos, pues pensaban que su saliva tenía el poder
mágico de curar.
Paula:
Pero eso no es cierto, ¿verdad, mamá?
Madre:
¿Quién lo sabe, Paula? En realidad, lo que la curó fue el amor. Y,
ahora, a dormir, que ya es hora de que abráis la puerta a vuestros
dulces sueños...
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