Una
cartera llena de relojes.
El
Miguel trabajaba en una relojería. Aunque era un simple aprendiz,
su jefe le tenía tanta confianza que lo envío a la capital a
recoger una importante remesa de relojes de oro. En el viaje de
vuelta, Miguel cabalgaba a todo galope. Tenía miedo, pues sabía que
los caminos no eran seguros. Temía que le robasen la cartera llena
de relojes de oro que llevaba colgada de la silla de montar. De
pronto, en el camino se cruzó un hombre a caballo.
Bandido:¡Baja
del caballo o disparo!
Miguel:¡Tranquilo!
¡Ahora mismo bajo!
Bandido:¡Dame
tu reloj!
Miguel
obedeció sin rechistar. Sacó su reloj del bolsillo y se lo tendió
al bandolero.
Bandido:¡Ahora
dame todo el dinero que lleves encima!
Miguel
soló tenía una idea en la cabeza: que el bandolero no le pidiera la
cartera donde iban los relojes de oro. Pero la suerte no le acompañó.
De pronto, el ladrón reparó en la en la cartera:
Bandido:¡Ahora
quiero esa cartera que llevas colgada de la silla! ¡Y no hagas
movimientos bruscos, o disparo!
A
regañadientes, desató la cartera y se la entregó al salteador. El
ladrón la abrió con el único propósito de meter en ella el reloj
y las monedas que acababa de robarle a Miguel, pero, cuando vio lo
que había dentro de la cartera , sonrió de oreja a oreja. Entonces,
Miguel se dirigió al ladrón:
Miguel:Señor,
esos relojes de oro no son míos: he ido a la ciudad a recogerlos por
encargo de mi jefe. Cuando vuelva a la relojería donde trabajo, mi
jefe pensará que he sido yo quien se ha quedado con los relojes, y
me molerá a palos. Es probable incluso que me denuncie ante la
policía y me ahorquen por ladrón. ¡Será toda una vergüenza para
mis padres!
Bandido:¡Y
qué quieres que haga yo!
Miguel:Tiene
que quedar claro que me han robado. ¡Ayúdeme, por favor!
Bandido:¿Que
te ayude? ¿Y qué quieres que haga?
Miguel:Que
dispare a mi ropa, para que mi jefe vea que no tuve más remedio que
entregar los relojes. Tiene que parecer que me he resistido hasta el
final. Por favor, dispare unas balas contra mi sombrero. Así
parecerá que me he escapado por los pelos...
Bandido:Si
eso es lo que quieres, lo haré con mucho gusto.
Entonces,
Miguel se quitó el sombrero y lo dejó colgando de su mano, lo más
separado posible del cuerpo. El salteador disparó alegremente contra
el sombrero. Luego, Miguel volvió a ponérselo y dijo:
Miguel:¡Dispáreme
también en el abrigo, y así mi jefe no podrá dudar de que me he
enfrentado a todo un ladrón!
Miguel
se quitó el abrigo y lo sostuvo con una mano, a cierta distancia de
su cuerpo, y el salteador volvió a dispar unas cuantas balas. Cuando
acabó, Miguel señaló una parte del abrigo y dijo:
Miguel:Un
disparo más aquí, en el bolsillo.
Entonces
el salteador apretó el gatillo de la pistola, pero todo lo que se
oyó fue un pequeño “clic”. Había disparado tantas veces que no
quedaba ni una sola bala en el colgador. Sin perder un segundo Miguel
tiró el abrigo contra la cara del ladrón, le arrancó la cartera de
las manos, montó en su caballo y se alejó a todo galope.
Cuando
Miguel llegó a la ciudad y contó lo ocurrido, su jefe rió de buena
gana y dijo:
Jefe:
Esta claro que la astucia puede más que la maldad.
Luego,
el relojero le entregó a Miguel una buena recompensa, además de un
abrigo y un sombrero nuevos. Y, desde aquel día los dos tuvieron una
buena historia que contar a todo el que quisiera escucharla.
El audio de este relato lo tienes aquí.
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