El
peral de la tía Miseria.
La
tía Miseria era una mujer pobre y vieja, muy muy vieja. Pero ella no
quería morirse. Vivía en una choza a las afueras del pueblo y no
tenía más que un peral a la puerta de su casa. Pero ocurría que,
como las peras eran tan buenas, los chicos del pueblo venían y se
las robaban y ella sólo podía recoger las que dejaban.
Un
día apareció a la puerta de su casa un pobre y la tía Miseria lo
invitó a pasar y a compartir unas sopas de pan que había hecho.
Luego, le cedió su jergón para que durmiera en su casa.
A
la mañana siguiente, cuando la tía Miseria vio que el pobre se
levantaba ya para marcharse, le dijo:
Miseria:
Espere usted, que voy al pueblo a buscar unos pedazos de pan que me
habían prometido ayer y los traigo para que se vaya usted
desayunado.
El
pobre se negó y la tía Miseria insistió tanto que al final se vio
obligado a decirle que él era en realidad un santo del cielo y que
Dios le había mandado al mundo para ver cómo se ejercía la caridad
y que, haciendo este encargo, había dado con ella. Y le dijo:
Pobre:
En vista de tu bondadoso corazón voy a concederte una gracia, la que
tú me pidas.
Miseria:
Verá usted, le voy a pedir una gracia: que siempre que alguien se
suba al peral a comerse mis peras, no pueda volver a bajar de él sin
que yo se lo mande.
Pobre:
Sea; concedido.
Desde
entonces, después de un par de escarmientos, no volvieron a quitarle
una pera. Y, así pasaron los años y la tía Miseria cumplió más
de noventa.
Un
día llegó a la puerta de su casa uno que parecía hombre y mujer,
cubierto con una gran capa negra y con una guadaña al hombro y le
dijo a la tía Miseria:
Muerte:
Vamos, Miseria, que ha llegado tu hora.
La
tía Miseria reconoció en seguida a la
Muerte. Y empezó a protestar:
Miseria:
¡Mira tú! Ahora que estaba pasando unos años tranquila, ahora que
estoy viviendo yo tan a gusto con mis cuatro cosas, quieres que te
acompañe. Pues no me quiero morir.
Porfió
la tía Miseria, pero al fin vio que no podía esquivarla y entonces
le dijo a la Muerte:
Miseria:
Bueno, está bien, ya me voy; pero, mientras me arreglo, haz el favor
de cogerme esas cuatro peras que quedan en el peral, que las quiero
para el camino.
La
Muerte accedió y se subió al árbol a coger las peras; y al ir a
bajar vio que no podía y que se había quedado agarrada a él. Hizo
todos los esfuerzos que sabía, pero nada, allí se quedó. Y la tía
Miseria, que la observaba desde el ventanuco, le gritó:
Miseria:
Ahí te quedas tú y aquí me quedo yo, que sin mi permiso no puedes
bajar.
Así
pasaron otros pocos años y, entretanto, en el mundo empezó a
sentirse la ausencia de la Muerte y nadie se moría. Los viejos se
hacía más viejos, pero ninguno moría. No se moría la gente ni en
las guerras. Los que, desesperados, se suicidaban, sólo quedaban
malheridos. Había muchos enfermos que pedían a los médicos que los
mataran y los médicos, a su vez, no podían con todos y andaban
buscando algún modo de que se muriese la gente. La desesperación
era muy grande y cada vez aumentaba más y muchísima gente odiaba la
vida y trataba de deshacerse de ella. Pero no había manera, porque
la Muerte estaba colgada del peral de la tía Miseria.
Entonces
los médicos tomaron la decisión de encontrar a la Muerte donde
fuera y se esparcieron por todo el mundo a buscarla. Uno de ellos
acertó a pasar cerca de la choza de la tía Miseria. Y al verlo, la
muerte le llamó:
Muerte:
¡Eh, tú, médico!
El
médico la reconoció de inmediato:
Médico:
¡Vaya, vaya, al fin, mi amiga la Muerte! Sabrás que te andamos
buscando por medio mundo.
Muerte:
Sácame de aquí, que estoy atrapada en el peral.
El
médico, ni corto ni perezoso, se subió al árbol para ayudar a la
Muerte y quedó preso él también. Y así estuvo día y noche junto
a la Muerte hasta que sus familiares lo encontraron agarrado al
árbol. Llamaron a otros del pueblo que llegaron con hachas para
derribar el peral; pero en esto la tía Miseria apareció y les
gritó:
Miseria:¡No
me cortéis el peral, que es lo que más quiero en el mundo!
Médico:
Pues tenemos que hacerlo para librar a la Muerte, porque los
enfermos, los viejos, los heridos y todo el mundo están que ya no
pueden más de tantas calamidades.
Miseria:
Pues aunque me cortéis el árbol no se soltará de él nadie que
esté agarrado. Así que yo soltaré a la Muerte con una condición.
Muerte:
¿Cuál es la condición?
Miseria:
Que no vengas por mí hasta que yo te llame tres veces.
Muerte:
De acuerdo.
Y
la tía Miseria la dejó ir. La Muerte, apenas se vio libre, empezó
a segar vidas con su guadaña y la gente empezó a morir por todas
partes.
Mientras
tanto, la tía Miseria siguió viviendo en su choza con su peral, su
jergón, su silla, su cesto y su perro, tan tranquila por más que
pasaron los años, pidiendo limosna y vendiendo sus peras. Y cuentan
que es por esta razón por la que siempre ha habido Miseria en el
mundo, aunque no sabemos si algún día la Miseria, cansada de tanto
vivir, será ella quien busque a la Muerte.
Todos
los relatos de esta categoría reunidos en un wiki, aquí.
El
audio y vídeo de este ralato, aquí.
3 comentarios:
Este cuento esta muy bueno se lo contare a mis hijos de seguro que les va a gustar tanto como a mi. Gracias por ponerlo.
Gracias por tu visita y por dejarnos unas palabras.
Salu2.
Excelente cuento lo compartiré con mis alumnos del segundo grado de primaria del colegio Hijos de Ventanilla ubicado en Lima Perú Ventanilla
Publicar un comentario