Julia Rodriguez Morales. |
Hércules
2ª Parte: Infancia y juventud.
(Adaptado de Christian
Grenier. Los doce trabajos de Hércules. Editorial Anaya)
Narrador:
Al poco tiempo, un fuerte relámpago despertó a Anfitrión en medio
de la noche. Era Júpiter que se presentaba ante el rey de Tebas:
Júpiter:
¡A Hércules le aguarda un destino glorioso! Encárgate de su
formación y edúcalo como si fuera tu propio hijo. Pero desconfía
de las estratagemas de mi esposa Juno, que ha jurado acabar con mi
hijo.
Anfitrión:
Así haré, poderoso Júpiter.
Narrador:
Hércules desde pequeño demostró poseer una especial habilidad en
el manejo de las armas así como una descomunal fuerzas, pero rehuía
el conocimiento de la gramática y el cálculo que le resultaban muy
aburridas.
Cierto día discutía
con su maestro Lino:
Lino:
Para que te consueles, Hércules, te dejo elegir el libro sobre el
que trabajaremos hoy.
Hércules
niño:
Son todos muy aburridos: tragedias, odas, poemas... Espera, este me
gusta.
Lino:
¡Te burlas de mí! Es un libro de cocina.
Hércules
niño:
¡Pero tú me dijiste que hoy podría elegir!
Lino:
¡En eso se reconoce tu glotonería! ¡No piensas más que en comer y
pelearte! ¡Estoy perdiendo el tiempo contigo! ¡Así que me marcho!
Narrador:
Hércules de un manotazo obligó a su maestro a sentarse.
Hércules
niño:
¡Vamos a trabajar sobre el texto que yo he elegido, como tú
dijiste!
Narrador:
Lino, irritado, le dio una bofetada. ¡Jamás hasta entonces nadie se
había atrevido a ponerle una mano encima! Hércules le arrojó el
taburete sobre el que estaba sentado a la cabeza y el maestro cayó
al suelo.
Hércules
niño:
¡Lino, por favor, perdóname! ¡Lino, contéstame, te lo ruego!
Narrador:
Pero, Lino, no podría ya contestarle jamás pues estaba muerto.
Anfitrión dudaba sobre si revelarle el secreto sobre su origen
divino, causa de de la desmesurada fuerza que tenía. Pensó que
todavía no había llegado la hora, pero se reunió con él y le
dijo:
Anfitrión:
No eres más que un niño, Hércules, pero tienes que expiar tu
culpa. Saldrás de este palacio y te irás al monte Citerón a vivir
con los pastores. ¡Ojalá, que en medio de la naturaleza, puedas
ejercer esa fuerza que te domina y hacer algo útil por aquellos con
quienes compartirás su existencia! No volverás a palacio hasta que
cumplas dieciocho años.
Narrador:
Juno, que observaba a los hombres desde el monta Olimpo, no pudo
reprimir su alegría:
Juno:
¡Este
joven héroe es tan impulsivo que el mismo corre a su perdición! Ni
siquiera va a ser necesario que intervenga.
Narrador:
Transcurrió el tiempo y su cuerpo se fue robusteciendo todavía más
y su hermosura llegó a ser impresionante. Pero, temeroso de su
propia fuerza, medía todos sus actos para no provocar ningún hecho
irreparable.
Una mañana, uno de los
pastores con los que vivía fue a quejarse en el campamento:
Pastor:
¡El león que arrasa este monte me ha comido seis corderos! ¡Quién
podrá liberarnos de ese monstruo! ¡Ninguno de los cazadores del rey
Anfitrión se atreve a enfrentarse a él!
Narrador:
Aquella misma noche armado con jabalina y espada, Hércules, se lanzó
en su persecución. Un mes duró aquel acoso hasta que una mañana el
animal se detuvo exhausto. De un golpe, Hércules lo traspasó con su
lanza y luego lo descuartizó:
Hércules:
Mañana me presentaré ante las puertas de Tebas con su piel. Ya he
cumplido dieciocho años y puede que mi padre me perdone.
Narrador:
Al día siguiente, cerca de la ciudad, se encontró con un grupo de
gente que también se encaminaban a ella. Se ciñó la piel de león
sobre sus hombros y se dirigió a ellos:
Hércules:
¿Qué
motivo os lleva a Tebas? ¿Acaso vais a rendir homenaje a mi padre,
el rey Anfitrión?
Emisario:
¿Homenaje?
¡Él es el que tiene que darnos cuentas!
Hércules:
¡Qué cuentas! ¡Explicaos!
Emisario:
Somos embajadores de Ergino, rey de la ciudad de Orcómeno, venimos,
como todos los años, a reclamar al rey Anfitrión el tributo de cien
bueyes por el delito que antaño cometió la ciudad.
Hércules:
¿De cuál delito habláis?
Emisario:
Pues, la verdad es que ya no nos acordamos pero se sigue manteniendo
la tradición del tributo.
Hércules:
¡No debió ser muy grave esa falta cuando ya la habéis olvidado!
Así que dad media vuelta y no se os ocurra volver a aparecer por
Tebas!
Narrador:
Los emisarios de Ergino blandieron sus espadas y Hércules, midiendo
los golpes con toda precisión, fue cercenándoles las orejas o la
nariz a cada uno de ellos. Luego les ató las manos a la espalda y
les colgó sus apéndices al cuello.
Hércules:
Ya podéis regresar junto a vuestro amo. ¡Y no olvidéis decirle que
esos collares son el tributo que les envía la ciudad de Tebas.
Narrador:
El regreso de Hércules a palacio se celebró con una gran fiesta. El
héroe le entregó a Anfitrión la piel de león que había cazado y,
luego, le contó cómo había logrado liberar a la ciudad de su
deuda. Al oír esta hazaña, el rey frunció el entrecejo y dijo:
Anfitrión:
Mucho me temo que Ergino no va a estar muy contento del trato que le
has dado a sus embajadores...
Narrador:
Pero esa..., esa es otra historia.
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