Julia Rodríguez Morales. |
Hércules
1ª Parte: El nacimiento.
(Adaptado de Christian
Grenier. Los doce trabajos de Hércules. Editorial Anaya)
Narradora:
Anfitrión, rey de Tebas, había tenido que abandonar la ciudad al
frente de sus tropas para repeler la agresión de sus enemigos
vecinos.
En su ausencia, una
pequeña guarnición quedaría de guardia para proteger la ciudad.
Aquella noche, Filos,
alarmado, despertó a la guardia que se había quedado dormida a las
puertas de la ciudad.
Filos:
¡Vamos, despertaos! ¿Oís ese ruido de galope a lo lejos? ¡Son los
telebeos! ¡Vienen a tomar la ciudad por sorpresa!
Narradora:
El
pánico corrió por sus venas. Inmediatamente antes de partir,
Anfitrión le había hecho el siguiente encargo:
Anfitrión:
Dejo a Alcmena bajo tu protección. ¡Cuida de que durante mi
ausencia no le suceda nada malo!
Narradora:
Hacía
poco tiempo que Anfitrión se había casado con la bella Alcmena,
hija del rey de Micenas.
Filos:
No.
Aguardad... Eso no es un ejército en marcha: ¡No oigo más que el
galopar de un caballo!
Narradora:
De
repente, un caballo surgió de la oscuridad montado por un jinete con
resplandeciente armadura. Filos dio un paso al frente:
Filos:
¡Alto!
¿Quién eres, forastero? ¡Habríamos podido darte muerte! ¿Acaso
ignoras que estamos en guerra?
Júpiter:
Lo sé mejor que nadie. ¿Así recibís al amo de estos lugares?
Filos:
¿Sois
vos, señor? ¿Cómo venís solo, a estas horas y sin escolta?
Júpiter:
Sois unos soldados muy valientes. Filos, condúceme hasta donde está
mi esposa.
Filos:
Majestad,
perdonad mi osadía, ¿debemos temer la victoria de nuestros
enemigos?
Júpiter:
No te preocupes, Filos. Mi visita no tiene nada que ver con la
guerra. Echo en falta a la hermosa Alcmena. He querido darle una
sorpresa.
Narradora:
Ya
en el dormitorio, Alcmena, al reconocer a su esposo, no pudo contener
su angustia:
Alcmena:
¡Anfitrión!
¿Qué haces aquí? ¿Qué catástrofe me vienes a anunciar?
Júpiter:
¡Ninguna, amada mía! Tenía tantas ganas de verte... Alcmena, tu
belleza es tan grande que hasta los propios dioses se condenarían
por ti...
Alcmena:
¡Ven!
Júpiter:
Pero bueno, Filos, ¿todavía sigues ahí? ¿No te parece que ha
llegado el momento en que nos dejes a solas?
Narradora:
Cuando
Filos regresó a las puertas de la ciudad, del cielo empezó a caer
una extraña lluvia: gotitas de oro que cubrieron los cerros de los
alrededores y la ciudad de Tebas.
Filos:
¡Mirad!
Esta no es una noche cualquiera.
Narradora:
El
forastero volvió a aparecer en las puertas de la ciudad y, sin decir
palabra, partió al galope al tiempo que la lluvia dejó de caer.
Al poco tiempo,
Anfitrión regresó victorioso con su ejército a Tebas. Al reunirse
con Alcmena le dijo:
Anfitrión:
¡Amada mía, estos meses sin verte me han parecido eternos! Hace
tiempo que aguardaba este momento...
Alcmena:
Pero
si conseguiste escaparte y venir a verme a escondidas. ¿Sabes que de
esa noche espero un hijo?
Anfitrión:
¿De
qué me hablas? ¡Yo no me he separado de mis tropas! ¿Quién es ese
hombre que confundiste conmigo?
Alcmena:
¿Cómo
puedes pensar que te confundiera con otro?
Anfitrión:
Alcmena,
¿qué mentira inventas para esconder tu infidelidad?
Narradora:
Anfitrión
hizo llamar a Filos quien confirmó las palabras de su esposa. El
rey, en un rapto de ira, desenvainó la espada. En aquel mismo
instante, un intenso resplandor iluminó la estancia y el dios
Júpiter apareció envuelto en una aureola de luz vestido con la
misma armadura que llevaba aquella noche.
Júpiter:
Aplaca
tu cólera, Anfitrión. Alcmena no te ha traicionado. Fui yo el que
adopté tus rasgos para poderla visitar. Sí, lleva en su seno a un
hijo que llegará a ser un héroe. ¡Su fuerza y sus hazañas serán
legendarias! ¡Y al niño le pondréis por nombre Hércules!
Narradora:
Luego
desapareció en medio de un relámpago seguido de un gran trueno.
En el Olimpo, la morada
de los dioses, Juno, esposa de Júpiter, que había escuchado punto
por punto las palabras de su infiel marido, le esperaba con toda su
cólera:
Juno:
¡De
modo que me has vuelto a engañar con otra! ¡Tienes la despreciable
costumbre de mezclarte con las humanas para hacerles hijos!
Júpiter:
¡Te
juro que será la última vez! Hércules será invencible. Gobernará
Micenas, reino de su madre, y Tirinto, reino de su padre.
Juno:
¡No corras tanto, Júpiter! A ese niño yo ya lo odio. Otro niño
podría llegar a ser rey de esas ciudades.
Júpiter:
¿Otro niño? ¿Cuál?
Juno:
El
que tendrán Esténelo y Nícipe, su esposa. ¿Acaso olvidas que
Esténelo es también descendiente de Perseo?
Narradora:
Júpiter
sabía que aquel niño aún no había nacido. Así que recurrió a su
astucia:
Júpiter:
Tienes
razón, Juno. Los dos primos no podrán reinar a la vez. Te propongo
que el que nazca primero tenga absoluta prioridad sobre el otro.
Juno:
De
acuerdo. ¿Me das tu palabra, Júpiter?
Júpiter:
¡Te
la doy!
Narradora:
Pero
Juno consiguió que Nícipe quedara embarazada y que el niño naciera
antes de tiempo; una criatura débil y menuda, que llevaría el
nombre de Euristeo, futuro rey de Micenas y de Tirinto. Los planes de
Júpiter se vinieron abajo y Hércules no tendría más remedio que
acatar sus órdenes.
Poco después, Alcmena
dio a luz dos niños. Uno de ellos, de un tamaño fuera de lo común
y de una belleza excepcional, Hércules, llamaba la atención por su
fuerza y robustez.
Pero
Juno quería eliminar a ese posible rival de su protegido Euristeo y
una noche dejó a los pies del pequeño Hércules dos enormes
serpientes
dispuestas
a estrangularlo enroscadas a su cuerpo. El pequeño con sus
gordezuelas manos de repente las agarró por el cuello y dio fin a
sus vidas y al mortal encargo que portaban.
Júpiter no tardó en
enterarse de aquel cobarde intento de asesinato. Fue en busca de su
aliado Mercurio, el dios de las sandalias aladas, para que aquella
misma noche llevara volando al pequeño Hércules al Olimpo. Ya allí
lo acercó sigilosamente a los pechos de Juno que estaba
profundamente dormida.
Júpiter:
¡Bebe!
¡Bebe, hijo mío, la leche de los dioses! ¡Cada gota de esa leche
te aproxima a la inmortalidad!
Narradora:
Juno
seguía dormida y Hércules seguía mamando hasta que por fin sació
su hambre. Júpiter lo separó de sus pechos y se lo entregó a
Mercurio:
Júpiter:
¡Vamos,
de prisa, llévaselo a sus padres! ¡Y vuelve en seguida! Juno no
debe sospechar nada.
Narradora:
Mientras
Mercurio regresaba a la ciudad de Tebas, la oscura bóveda celeste se
cubrió con la leche que del pecho de Juno seguía manando. Y así
fue como aquella noche en que Hércules mamó a los pechos de Juno
nació la Vía Láctea.
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