martes, 16 de septiembre de 2008

EL CUENTO DE RATAPÓN




EL CUENTO DE RATAPÓN.

Había una vez un conejito gris que vivía con su mamá en una bonita madriguera bajo la hierba espe­sa. Se llamaba Ratapón y su mamá Mariquita Cola-corta. Todas las mañanas cuando Mariquita Cola-corta iba a buscar la comida, decía a su hijo:

-Ahora, Ratapón, quédate quieto y no hagas rui­do. Veas lo que veas, oigas lo que oigas, no te muevas. Recuerda que no eres más que bebé-conejo y escón­dete bien.

Y Ratapón decía: «Sí, mamá».

Un día un pájaro se posó sobre una rama gritando:

-Ladrón, ladrón.

Pero Ratapón no movió ni pie ni pata.

Otro día, una mariquita de San Antón, dio un pa­seo a lo largo de un tallo de hierba, pero como pesaba demasiado, al llegar arriba, bajó rodando hasta el suelo. Ratapón tenía muchas ganas de reír, pero no movió ni pie ni pata. Y permaneció quieto.

Aquel día el sol calentaba mucho y todo parecía dormir.

De repente, Ratapón oyó un ruidito, lejos..., muy lejos, como si alguien hiciera chss-chss-chss muy sua­vemente. Escuchó. Era un ruido muy raro: primero más débil, luego más cerca.

“¡Es curioso! -pensó Ratapón-. ¿Qué podrá ser? Es como si alguien se acercara; pero siempre que alguien se acerca, oigo sus pasos y ahora no oigo más que chss-chss-chss. ¿Qué podrá ser? ”

El ruido era cada vez más fuerte. De pronto, Ratapón olvidó las órdenes de mamá y se levantó sobre sus patas traseras. El ruido cesó.

-¡Bah! Ya no soy un bebé, tengo tres semanas; quiero saber que es esto.

Sacó la cabeza fuera de la madriguera y vio... los ojos de una espantosa serpiente fijos en los suyos.

-¡Ma... má! ¡Ma... má! ¡Oh! Ma...

Pero ya no pudo gritar más porque la malvada ser­piente ya le había cogido de una oreja y se enroscaba alrededor de su cuerpecito. ¡Pobre Ratapón!

Pero su mamá le había oído. Saltó sobre las pie­dras, brincó por los collados y corrió como el viento a través de la hierba y a través de los brezos. Ya no era la tímida Mariquita Cola-corta, sino una mamá que iba a salvar a su hijito. Cuando vio a Ratapón y a la serpiente, tomó impulso, saltó sobre el lomo del horrible animal y le arañó con sus uñas. La serpiente silbó con rabia pero no soltó a Ratapón. Mariquita Cola-corta, saltó de nuevo y, esta vez, le rasgó la piel y le hizo tanto daño que la serpiente se retorció, pero sin soltar a Ratapón. Por fin, mamá Coneja, saltó por tercera vez, y desgarró la piel de la serpiente con sus uñas. Mordía y arañaba tanto, que la serpiente tuvo que soltar al conejito y Ratapón rodó como una pelota y empezó a correr.

-¡Corre, deprisa! ¡Corre, deprisa! -gritaba la madre; y ya podrás imaginar cómo trotaba! Unos mo­mentos después, Mariquita Cola-corta le alcanzó y le enseñó el camino. Cuando la madre corría, se veía la manchita blanca de su cola, y Ratapón seguía la man­chita.

Le llevó lejos, muy lejos, a través de la hierba espesa, hasta un lugar donde la malvada serpiente no pudiera volver a encontrarles y allí construyó otra madriguera. Y ya te darás cuenta que, ahora, cuando la madre dice a Ratapón que se quede escondido, no le quedan ganas de desobedecer.

(Adaptación de un cuento de Ernst Thompson Seton).


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