jueves, 25 de septiembre de 2008

BOLLITO DE PAN. CAPÍTULO I.


BOLLITO DE PAN.


Allí estaba, en el fondo del gran cajón de aluminio de una panadería; entre bollos, vienas y barras de pan. Bollito de pan había quedado solo, sin venderse aquella mañana. Pero cuando el panadero fue a cerrar el despacho llegó doña Flor. Y sólo pudo llevarse a Bollito de pan.

- Me queda un bollo de pan, doña Flor; tiene usted que venir antes porque sino...

- No importa, me lo llevo. Ya me aviaré con algo que tengo congelado.

Y así fue a parar a la cesta de doña Flor, envuelto en un papel como si fuese un caramelo, entre hojas de lechuga que le hacían cosquillas.

Ya en la casa, doña Flor disponía con soltura la mesa: vasos, cucharas, tenedores, platos, servilletas color naranja… Bollito de pan, contemplaba el escenario, acunado en una pequeña cesta de mimbre cubierta por una servilleta blanca, como si de una sábana se tratara.

- ¡Qué bien me encuentro aquí! Mejor que en la panadería, sin todas esas barras encima... ¡Qué buena fiesta me han preparado! ¡Qué bien huele! Y yo en el centro con mi sabanita limpia...

Bollito de pan no sabía lo que le esperaba. Bien pronto lo supo. Juanito, el hijo pequeño de doña Flor, llegó a casa.

- ¡Hola mamá!

- ¡Hola Juanito! No te comas el pan; pronto comeremos…

- Sí, mamá, sólo un piquito, ¿vale?

- ¡Ay!, ¿qué es esto? Me han mutilado. ¡Socorro!

En ese momento, espabilado por el pellizco, le salieron a Bollito de pan ojos y boca; brazos y piernas no más grandes que un dedo. De un salto, tomó el suelo, llegó hasta la puerta de la casa y se escondió detrás del paragüero. Aprovechando que don Julián entraba, salió entre sus piernas, y, sin mirar atrás, saltó de uno en uno los escalones hasta llegar a la calle y se paró aliviado al borde de la acera.

- ¡Por fin! Casi no lo cuento. Piquito a piquito me hubieran dejado sin cuerpo.

La lluvia había dejado charcos en los que ahora se reflejaba un celeste azul cielo. Un coche - ¡pi-pi! - con mucha prisa se acerca al borde de la acera y con sus negras ruedas despierta al charco donde dormía un trozo de cielo. Bollito de pan, empapado y con lamparones de barro, cruzó la calle, salió corriendo; se perdió entre las gentes, donde a punto estuvo de morir aplastado por tanques que eran zapatos y lanzas que eran paraguas que ya no apuntaban al cielo.

- ¡Qué horror, mejor vivía cuando era grano de trigo! ¡Odio a los panaderos! ¡Salvado, estoy salvado! Allí está todo verde.

Pobre Bollito de pan, ¡qué ignorante!, no sabía los peligros ahora le esperaban en el parque. Tumbado sobre la hierba y mimado por el sol, cerró los ojos. Soñó que era espiga verde en lucha con el viento en un día de Mayo. Soñó que era un pájaro cantor que volando jugaba en el cielo...

Un picotazo lo despertó: ¡Qué horror, eran pájaros y lo estaban atacando!

- ¿Qué tendré yo que todos quieren comerme?

Emprendió de nuevo la huida. Los pájaros tras él lo iban persiguiendo. Salió del parque, llegó al campo, cruzó sembrados y los pájaros seguían -¡pic, pic!- picoteando y no se espantaban aunque él moviera los brazos. Llegó a la ribera de un río y, sin pensarlo, se arrojó a él: ¡estaba a salvo! Su cuerpo, llevado por la corriente, flotaba mansamente y giraba como hoja que cae al suelo.
Pero, ¡¿qué estaba pasaba?! ¡Se estaba hundiendo! Su cuerpo era una esponja y los peces venían a por él, a lo lejos. No podía nadar: era como un trozo de plomo que caía sin balanceo. ¡Sí, allí estaba, en el fondo del río, un trozo de plomo...!

- Si hay plomo, hay anzuelo.


Nadando como pudo, llegó hasta él. Agarrando el sedal con sus manos, tensó para que el pescador sintiera su peso. Con un golpe seco el pescador tiró de la caña, salió del río, subió por el aire, se soltó...

- ¡Cielo santo, ahora me estrello!

Un halcón peregrino, con sus garras lo atrapó al vuelo. Miró su presa; no era un conejo. Era una masa blanda que chorreaba agua...

-¡Qué asco, no lo quiero!

Lo dejó caer desde lo alto. ¡Quién fuera ahora pájaro!, ¿verdad, Bollito?

- Se acabó mi suerte, no soy trapecista. Sólo me esperan las pinzas de las hormigas, los picos de los jilgueros, y luego…, luego…, luego la nada.

Pero doña Sol, había salido a tender sus sábanas. Sólo una vez al año no las colgaba como banderas, como pantallas. Con cuatro pinzas entre dos cordeles, como un mantel mecido por el viento, las sábanas esperaban a Bollito de Pan. Y allí quedó. Tumbado al sol reposando en silencio. Bollito de pan, una vez seco, emprendió su camino algo más ajado, con picotazos en su cuerpo. Aprendió que debe cuidarse bien de aquellos que sólo lo buscan a uno como alimento.

Y colorín colorado, este cuento se ha terminado


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