martes, 3 de abril de 2012

El lobo y la zorra.



El lobo y la zorra.

Hace mucho tiempo un lobo y una zorra decidieron vivir juntos en una cueva. Al poco tiempo, el lobo comenzó a portarse mal con la zorra, la trataba de manera cruel. La zorra lo soportaba, pero un día se dijo: “Este maldito lobo no tiene arreglo. O yo acabo con él o será él quien acabe conmigo”.
Y he aquí que un día se le presentó la ocasión. Estaba merodeando por el campo cuando observó que el muro que cercaba un viñedo tenía una brecha por la que se podía entrar. “Y si fuese una trampa?”, pensó la zorra. Metió lentamente la cabeza por el agujero y efectivamente el dueño de la viña había cavado un pozo y lo había disimulado con ramas para capturar a los animales que quisieran robarle sus uvas.
Zorra: Qué cierto es que la prudencia es la mitad de la inteligencia. ¡Qué bien estaría que el lobo cayera en esta trampa! Me libraría de él y me comería todas las uvas -pensó la zorra.
La zorra regresó corriendo a la cueva y le contó al lobo su descubrimiento:
Zorra: Lo tienes fácil, amigo lobo. Podrás entrar en un viñedo cargadito de uvas a través de una brecha que hay en el muro. Yo acabo de entrar y sus vides están repletas. Yo me he paseado por ellas con entera libertad.
El lobo, cegado por la gula, echó a correr en dirección al viñedo mientras la zorra le seguía a corta distancia. El muy tonto se lanzo por la brecha y cayó en la trampa. La zorra lloraba de alegría al verlo allí, atrapado, sin poder salir.
Lobo: Querida zorra, ya veo por tus lágrimas cómo te apena el verme aquí, sin poder salir. Por favor, ayúdame a encontrar la forma de hacerlo.
Zorra: Te aseguro que no lloro por lástima, sino de alegría... ¡Tenía tantas ganas de verte ahí, en el fondo de ese hoyo! Has recibido el castigo que merecías. Adiós, me voy.
Lobo: ¡Por favor, no me abandones! Avisa al menos a mis hermanos para que vengan a auxiliarme...
Zorra: Ni por todo el oro del mundo te ayudaría... Quien la hace la paga.
Lobo: ¡Ay de mí! ¡Perdido estoy! Piedad para mi alma y perdón pido por lo mal que me porté contigo. Prometo no volver a maltratar a los más débiles si salgo de esta.
La zorra, conmovida por las palabras del lobo, se asomó al hoyo y éste aprovechó la ocasión. Atrapó su larga cola y la zorra cayó dentro de la fosa.
Lobo: ¡Ya te tengo, maldita zorra! Ahora recibirás mi terrible castigo por ser tan despiadada y cruel. Comprobarás con tus propios ojos cómo pongo fin a tu vida antes de que me veas muerto.
Pero la zorra agudizo su ingenio y reaccionó de inmediato.
Zorra: Querido lobo, ¿cómo has podido llegar a pensar que no iba a ayudarte? Te mostré mi cola por la boca de este hoyo de muerte para que pudieras subir por ella.
Lobo: Crees que soy tonto.
Zorra: Nunca lo pensaría. Te tengo por mi mejor amigo. No seas tan desconfiado. Además, ¿qué ganarías tú con matarme? ¿Quién te sacaría entonces de aquí? Tengo una idea estupenda para salvarnos los dos. Hazme caso.
Lobo: ¿Ah, sí? ¿De qué idea se trata?
Zorra: Mira. Si tú te levantas sobre tus patas traseras y yo trepo por tu espalda, podré alcanzar de un salto el borde del hoyo. Luego iría veloz por un palo al que te puedas agarrar para salir de aquí.
Lobo: No me fío de tí ni un pelo, pero no me queda más remedio. Venga, trepa por mi espalda.
Cuando la zorra estuvo fuera el lobo le dijo:
Lobo: Venga, ¿a qué esperas? Ve a buscar ayuda enseguida.
Zorra: ¡Eschúchame, lobo del demonio! ¿Cómo has podido llegar a pensar qué deseara salvarte? ¡Ahí te quedas para siempre!
Entonces, la zorra, comenzó a lanzar unos gritos ensordecedores para atraer la atención de los campesinos, que corrieron hacia ella nada más verla. Ella huyó velozmente y los campesinos descubrieron al lobo en el fondo del hoyo. Se armaron con piedras y palos y lo golperon hasta matarlo. Mientras, la zorra, se dio un gran festín de uvas en el otro extremo de la viña.

El audio de este relato, aquí.
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jueves, 1 de marzo de 2012

Las tres hijas.



LAS TRES HIJAS.
(Natha Caputo. Adaptado)

Esto era una vez una mujer que tenía tres hijas. La mujer se esforzaba mucho durante todo el día para poder darles de comer y vestir por que era pobre y estaba sola en el mundo.
Las tres pequeñas crecieron y se convirtiron en tres jovencitas alegres y bellas. Las tres se fueron casando una tras otra y se marcharon con sus maridos.
Pasaron los años y la pobre mujer se hizo muy viejecita hasta que un día cayó muy enferma. Quería volver a ver a sus tres hijas y así mandó en su busca a su buena amiga la pequeña ardilla roja.
-Ardillita, amiga, diles que vengan pronto, que me encuentro muy mal.
La ardilla salió corriendo y llegó a casa de la mayor de las hijas que estaba fregando dos barreños, dale que te friego, venga a limpiar. Al enterarse de la mala noticia, esto se le ocurrió:
-Oh, qué pena, iría ahora mismo pero es que tengo que fregar estos dos barreños que están muy sucios. Mira qué sucios están.
-¿De verdad que tienes que fregar estos barreños antes que nada? -dijo la ardillita-. Muy bien, querida que sepas que no te separarás nunca de ellos.
Y, de repente, los dos barreños saltaron del fregadero y fueron a colocarse, uno sobre la espalda y el otro sobre la barriga de la hija, quedando atrapada como si fuera una concha. Parecía una tortuga andando a cuatro patas... Una torpe y lenta tortuga con cara, brazos y piernas de mujer.
Luego la ardillita roja corrió y corrió hasta la casa de la otra hija. Ella esta tejiendo una preciosa alfombra con la cara del sol en su telar. Cuando se enteró de la mala noticia, sólo se le ocurrió decir:
-¡Oh, qué pena, qué pena! Iría ahora mismo, pero antes tengo que tejer esta alfombra para venderla en la feria.
-¿De verdad que tienes que tejer una alfombra para venderla en al feria antes que nada? Muy bien, querida, tejerás..., ¡tejerás!, tejerás el resto de tu vida, ¡tejerás para siempre!
En un instante, la hija, se vio convertida en una enorme araña que tejía; sí, que tejía su propia tela, su propia tela de araña.
Y por fin llegó a casa de la tercera hija, pero antes corrió y corrió. Allé estaba ella, amasando harina para hacer una tortas. Y al saber las malas noticias. No dijo nada. Salió corriendo hacia la casa de su madre.
-¡Tú sí que eres una buena hija! -dijo la ardillita-. Darás al mundo dulzura y felicidad. Y todos te cuidarán y amarán: tus hijos, tus nietos y bisnietos.
Y así fue. Ella vivió mucho tiempo, amada y mimada por todo el mundo.
Cuando llegó su hora de morir, se convirtió en una bonita abeja dorada.
Y, desde entonces, durante los largos días de verano, recoge la miel de las flores desde la mañana hasta noche. Y, cuando llega el invierno, duerme apaciblemente en una cálida colmena, y, cuando, se despierta, se alimenta de azúcar y miel.

Original e ilustraciones publicado por S.M. , "Un cuento para cada día", Sara Cone Bryant y Natha Caputo.

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miércoles, 8 de febrero de 2012

La mitad de la manta.


                                                      
                                                            La mitad de la manta.

Hubo una vez un rico mercader que tenia un hijo. A medida que el padre se hacía mayor, el niño fue creciendo. Cuando el hijo llegó a la adolescencia, empezó a trabajar con su padre, y se convirtió también él en hábil mercader. Entonces se casó y tuvo un hijo que lo colmó de felicidad.
Pensaron algunos años, y un día, el viejo mercader sintió que empezaban a faltarle las fuerzas para seguir trabajando y le anunció a su hijo.

Padre: Creo que ha llegado la hora de retirarme. Todo el mundo me considera un mercader honrado, y confío en que sabrás mantener el buen nombre de nuestra familia. He decidido darte todo lo que poseo ahora que aún estoy vivo. Gozarás de mis bienes, y de este modo, yo podré disfrutar también de tu éxito en los negocios. Estoy seguro de que me darás todo lo que necesite.
Hijo: ¡Por supuesto que sí, padre! No sabes cuánto agradezco lo mucho que confías en mí!

Al principio, el hijo honraba a su padre, y le contaba cada paso que daba en su negocio. Muchas veces le pedía consejo, y el padre lo ayudaba encantado. Con el tiempo, sin embargo, el hijo dejó de darle explicaciones al padre y de buscar su consejo. Incluso le aburría oírlo, así que, cuando el anciano le hablaba, el hijo no le hacía el menor caso.
Un día, el hijo interrumpió a su padre cuando estaba hablando y le dijo de muy malos modos:

Hijo:¡Deja de decir tonterías! ¡Sé muy bien cómo dirigir mis negocios, y no necesito tus consejos! ¡Me he cansado de oír tus bobadas, y no tengo ganas de aguantarte más, así que tendrás que marcharte!
Padre: ¿Marcharme? ¿Y dónde voy a ir? Soy demasiado viejo para dejar mi casa.
Hijo:Eso no es asunto mío. Y recuerda que esta casa ya no es tuya. Tendrás que irte al amanecer, o de lo contrario haré que te echen.

El anciano, pues, no tuvo más remedio que marcharse de casa. Desde aquel día, se dedicó a pedir limosna por la calle.
Una mañana en que hacía muchísimo frío, el anciano se acercó a la casa que en otro tiempo había sido suya, y vio a su pequeño nieto jugando en el patio. Había nevado mucho, y el anciano estaba helado. El niño, en cambio, se lo estaba pasando en grande con la nieve. En cierto momento, miró hacia la calle y vio a un anciano que no le quitaba la vista de encima. El niño se preguntó quién sería aquel hombre y por qué rondaba su casa.

Padre: Soy tu abuelo.

El niño se quedó muy asombrado. ¿Sería verdad lo que estaba diciendo aquel mendigo?

Nieto: ¿Quieres algo?
Padre: Te agradecería mucho que le pidieras a tu padre una manta para abrigarme. Ha nevado mucho, y estoy muerto de frío.

El niño corrió al interior de la casa y le dijo a su padre.

Nieto: Papá, en la puerta hay un viejo que dice que es mi abuelo.¡Seguro que se ha equivocado! El pobre tiene tanto frío que me ha pedido una manta. ¿Dónde puedo encontrar una?
El padre se quedó pensativo un momento, y respondió:

Hijo: Hay una manta vieja en el desván, dentro de un baúl. Dásela a tu abuelo si quieres.

El niño subió al desván a todo correr, y se pasó allí tanto rato que el padre empezó a extrañarse. Temiendo que le hubiera pasado algo malo, fue a buscarlo. Al llegar al desván, vio que el niño estaba cortando la manta con ayuda de un cuchillo.

Hijo: ¿Qué haces, hijo?
Nieto: Estoy cortando la manta en dos para darle la mitad al abuelo.
Hijo: ¿Y qué vas hacer con la otra mitad?
Nieto: La guardaré para ti. Cuando te hagas viejo y tengas que mendigar en la calle, en medio de la nieve, te daré esta mitad de la manta para que puedas calentarte.
Al oír aquello, el padre se entremeció. Bajo la escalera corriendo y cruzó la casa en dirección al patio. Cuando salió al exterior, tenía los ojos llenos de lágrimas. Su anciano padre le estaba esperando, completamente quieto, en mitad de la nieve. Primero lo abrazó, y luego le dijo:

Hijo: Perdóname, padre, por favor. Tendría que estarte agradecido y honrarte de por vida por todas las cosas que me has dado. Te prometo que a partir de ahora todo cambiará. Entra en tu casa, por favor.

Desde aquel momento, en efecto, todo cambió. El anciano perdonó a su hijo y volvió a vivir en la casa. Aquella noche, mientras el abuelo se calentaba ante el fuego de la chimenea, su nieto se acercó para sentarse a su lado. Llevaba con él las dos mitades de la manta. El anciano agarró una y se la echó por encima al niño. Después, agarró la otra y se tapó con ella. 

El audio de este ralato lo encuentras aquí
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viernes, 6 de enero de 2012

Perséfone o las semillas de la granada.

                                        PERSÉFONE Y LAS SEMILLAS DE LA GRANADA.

En aquellos primeros tiempos, la tierra permanecía cálida y soleada. La diosa Deméter se ocupaba del campo como si fuera un jardín: sembraba, regaba y animaba a los árboles para que diesen primero hojas y después flores y frutos. Su hija Perséfone recogía flores mientras su madre trabajaba.
Un día, Hades, el dios de los infiernos, se asomó a la superficie y vio a Perséfone recogiendo flores en su bosque de Sicilia.

Hades: Esa es la esposa que yo quiero.

Subió a su carro y, al galope, agarró a Perséfone por su larga cabellera y se la llevó a su reino de tinieblas. Deméter salió a buscar a su hija. Los árboles y el río le contaron lo que había pasado. Entonces Deméter se olvidó de su trabajo y así que las flores se marchitaron, los árboles perdieron sus hojas y los cultivos dejaron de crecer.

Deméter: ¡Zeus, dios Zeus, ayúdame! ¡Hades ha raptado a mi hija! ¡Haz que me la devuelva!
Zeus: ¿Dices que se ha llevado a tu hija a la fuerza? ¡Vaya, Hades no debería haber hecho eso!
Deméter: ¡Oh, Zeus! Si mi hija no vuelve, ¿cómo voy a poder seguir llenando la tierra con flores y frutos? Lo hago porque soy feliz, sin Perséfone, no tendré felicidad.  ¡Me da igual que la tierra se seque y muera!

A Zeus le dio un escalofrío sólo de pensar en ello.

Zeus: No depende de mí. Existen unas reglas. Si Perséfone ha probado la comida del reino de los muertos no podrá regresar. Ésa es la regla.

Bajo tierra, Hades intentaba que Perséfone comiera…:

Perséfone: Antes que probar tu comida, prefiero morir.

Lloraba Perséfone aunque tenía mucha hambre.
Hades le puso en la mano doce semillas de una granada y Perséfone sin pensarlo se llevó las semillas a la boca… y comió seis de las doce semillas.
Cuando Zeus se enteró de lo ocurrido pensó durante un largo rato y sentenció:
Zeus: Puesto que Perséfone se ha comido seis de las doce semillas que viva seis meses de cada año en el reino de los muertos  y seis meses con su madre sobre la tierra.
Y por este motivo en primavera y verano las plantas florecen y los árboles lucen sus hojas verdes, sus flores y sus frutos. Pero en otoño Perséfone viaja al reino de los muertos y Deméter sobre la tierra añora a su hija. Los árboles pierden las hojas y las flores se marchitan y todos esperan con ilusión el regreso de Perséfone en primavera.

El audio de este mito lo tienes aquí.
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miércoles, 21 de diciembre de 2011

Luna



Luna.
Adaptado del cuento de Kestutis Kasparavicius.
Cosas que a veces pasan.” Edit. Thule).



Cuando el Sol se pone por detrás del bosque, Luna sale por el otro lado, por detrás de los arbustos.
También brilla, con una pálida luz plateada. A veces es redonda como un plato, a veces delgada como la letra C. Todo depende de si ha comido o tiene hambre. Dicen que Luna come estrellas, aunque yo no he notado que haya menos estrellas en el cielo.
Murciélagos, polillas y búhos nocturnos son buenos amigos de ella, pero los mejores amigos de Luna son los perros guardianes. Cuando aparece en el cielo, alzan la cabeza bien arriba y aúllan lastimeramente. A Luna le gusta escuchar las canciones tristes de los perros...
A veces Luna baja del cielo para charlar con algún perro que está especialmente melancólico. Se arrellana sobre la casita del perro y escucha con atención sus problemas. Luna le da algún buen consejo, le dice cómo sobrellevar mejor su vida, lo acaricia con suavidad y regresa al cielo.
El perro se tranquiliza, se acurruca cómodamente junto a su casita y observa con cariño a Luna en lo alto del cielo.
Hasta que amanece y el rojo y cálido Sol sale por detrás para despertarle.

El audio de este relato lo encontrarás aquí.

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martes, 1 de noviembre de 2011

El boticario de la isla de San Luis.


El boticario de la Isla de San Luís.
(Adaptado de Gudule)

Hace mucho, mucho tiempo vivía en París un viejo boticario famoso por su talento. Sus ungüentos hacían maravillas. Anselmo, que así se llamaba este hombre, era altanero y sin ninguna compasión por las desdichas ajenas.

Anselmo: ¡No soy un curandero al que se le paga con huevos u hortalizas! ¡Necesito dinero constante y sonante!

Como se ve le intersaba más el beneficio que podía obtener con su oficio que aliviar los males de sus semejantes.

Anselmo: ¡La salud no tiene precio! ¡Por eso, es privilegio de los ricos!

Al final, consiguió que todos sus clientes perteneciesen a la mejor sociedad.
Un día entró en su botica una muchacha vestida con harapos con la intención de conseguir un remedio que aliviara los dolores de su abuela, aquejada de reumatismo. Anselmo se disponía a echarla cuando se lo pensó mejor. Aquella miserable era verdaderamente atractiva a pesar de su aspecto.

Anselmo: No quiero dinero. Sin embargo, necesito una criada. Si trabajas para mí, curaré a tu abuela.

Y la muchacha aceptó agradecida.
El boticario le dio ropa limpia y le ordenó que se aseara. Cuando la muchacha se presentó de nuevo ante él, Anselmo comprobó que no se había equivocado: la joven lo tenía todo para agradar.

Anselmo: ¿Cómo te llamas?
Marinette: Marinette.
Anselmo: Pues bien, Marinette, a partir de hoy ésta será tu casa.

Marinette demostró al poco tiempo que no sólo era hermosa y trabajadora, sino que además tenía un excelente carácter. Tanto es así, que el boticario, que no quería a nadie, se enamoró de ella.

Anselmo: ¿Quieres casarte conmigo?
Marinette: ¡Mi abuela le convendría más!
Anselmo: Si me aceptas como prometido, te confiaré la llave del sótano.

El sótano, donde Anselmo se encerraba todo el día, intrigaba muchísimo a la muchacha. El boticario no dejaba que Marinette metiera allí sus narices, bajo ningún concepto. Astutamente, ella observó:

Marinette: En ese caso, sería diferente...
Anselmo: Entonces, ¿me aceptas?
Marinette: A cambio de la llave, sí.

Él se la entregó con la advertencia de que tenía prohibido usarla antes de la boda.

Anselmo: La apertura de esa puerta será mi regalo de boda. Una futura mujer casada debe tener paciencia.

Pero lo primero que hizo Marinette, por supuesto, fue desobedecer aprovechando que su patrón salía. Cuando bajó las escaleras se llenó de indignación al ver a siete duendes atareados en el sótano.
Marinette: ¡Menudo granuja! ¡Qué sinvergüenza! !Así que su reputación era inmerecida!
Duende 1: ¡Desde luego! Toda su reputación se la debe a esta esclavitud en la que nos tiene consumidos. ¡Ya hace más de cincuenta años que no vemos el sol!
Duende 2: Y que no comemos más que trigo rancio. ¡Un trigo que ni las palomas querrían comer!
Duende 3: ¡Por no hablar de los castigos que nos impone cuando somos demasiado lentos para su gusto! Al principio éramos ocho. ¡Pero uno de los nuestros murió a causa de la paliza que recibió por dormirse sobre su brebaje!
Marinette: ¡Voy a liberaros ahora mismo!
Duende 1: ¿Y adónde iremos?
Duende 2: ¡Nuestro bosque está tan lejos!
Duende 3: ¡Y, además, Anselmo se vengará!
Duende 1: Nos exterminará a todos.
Duende 2: ¡Empezando por ti, generosa muchacha!
Duendes 1, 2, 3: ¡No, no, quedémonos aquí! ¡Somos demasiado viejos para morir!
Marinette: No seáis tan cobardes. Todos habremos huído para cuando el vuelva. ¡Venga, yo abriré la marcha!

Apenas hubo caminado tres pasos, se encontró de bruces con el boticario que había regresado antes de lo previsto.

Anselmo: ¡Miserable! ¡Me has desobedecido! ¡Voy a hacerte pagar muy cara tu traición!

Pero entonces sucedió algo increíble. Aquellos duendes que se habían mostrado tan temerosos, saltaron sobre el agresor para defender a la muchacha; y es que, la gratitud de las gentes del bolque, es más fuerte que el miedo.
Hicieron tanto y tan bien su trabajo, que el boticario quedó sordo, ciego e impotente para el resto de sus días. Marinette se casó con él y después lo encerró en el sótano donde lo alimentó sólo de trigo rancio. A los duendes, en cambio, les dio la habitación más soleada de la casa y los alimentó con aquello que más les gustaba. Más tarde, con la ayuda de su abuela, reabrió la botica como si no hubiese pasado nada. Y todo París pregonaba con ardor que Marinette era una bendición que no sólo hacía remedios tan buenos como los de su marido, sino que también atendía a los pobres como a los ricos.

El audio de este relato lo encontrarás aquí.
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domingo, 2 de octubre de 2011

El valor de la verdad.


El Valor de la verdad.
(Cuento tradicional chino)

Hace mucho, en la lejana China, vivía un príncipe inteligente y honesto llamado Li-Yung. Como se acercaba el momento en que Li-Yung había de ser coronado emperador, los consejeros del reino decidieron que debía casarse. Entonces, el príncipe dijo:
Elegiré a mi esposa entre todas las muchachas del reino. Dentro de una semana las espero en palacio. Anunciad mis intenciones.
La noticia corrió como el viento que mece las cañas de bambú. Todas las jóvenes recibieron ilusionadas aquel anuncio.
Y amaneció el gran día. Los jardines imperiales bullían de agitación y las muchachas esperaban nerviosas la llegada del príncipe. Oculta tras los magnolios, la hermosa Saomín, hija de dos sirvientes de palacio, observaba la escena.
Cuando la elegante figura del príncipe apareció en la escalinata, se hizo un profundo silencio: súbitamente, cesaron los murmullos y solo se oyó el rumor del agua de las fuentes. Dirigiéndose a la multitud, Li-Yung dijo:
Quiero anunciaros que mi elegida será la muchacha que consiga hacer brotar la planta más hermosa de estas semillas que os serán entregadas.
El príncipe sacó entonces una bolsa de seda, llena de diminutas semillas y comenzó a repartirlas con ayuda de algunos sirvientes.
Cuando hayan pasado seis meses, debéis volver con vuestras plantas. Entonces sabremos quién es la elegida.
Saomín no se perdía ningún detalle. Sintiéndose arropada por la multitud, se acercó un poco más. Y fue entonces cuando la sobresaltó una voz cálida:
Y tú, ¿no quieres una semilla?
La joven levantó los ojos y vio… ¡al mismísimo príncipe! Durante un segundo, sus miradas se encontraron. El corazón de la muchacha latía apresurado. Con las mejillas encendidas de rubor, Saomín extendió la mano y tomó el obsequio que le ofrecía el príncipe.
Desde aquel instante, Saomín sólo vivió para cuidar su semilla, pero su padre la disuadía con estas palabras:
No te empeñes, hija. Habrá muchachas que tengan jardineros cuidando día y noche sus semillas.
Y la madre añadía con tristeza:
Además, ¿crees que el príncipe se casaría con una sirvienta?
Pero Saomín seguía cuidando afanosamente su tesoro: regaba la tierra, la protegía del viento, la acercaba al tibio sol… Así fue pasando el tiempo, pero, a pesar de tantos cuidados, la tierra no ofrecía ninguna esperanza de vida.
La víspera de cumplirse el plazo fijado por el príncipe, la madre de Saomín, intentó animar:
- No te aflijas por el resultado. Has hecho cuanto has podido.
De todas formas, mañana iré a palacio. Al menos veré al príncipe por última vez.
Los padres de Saomín intentaron disuadirla:
¡No puedes presentarte con una maceta de tierra!
Pero fue inútil. Al día siguiente, muy temprano, la joven llegó al jardín imperial. Poco a poco aparecieron las demás muchachas. Todas llevaban plantas bellísimas. Saomín esperó en un rincón la llegada del príncipe.
¡Qué plantas tan magníficas! ¡Son realmente asombrosas!
Entonces, viendo que Saomín no se acercaba, se dirigió a ella y le preguntó:
¿Y tú?¿Qué has traído?
Ella, avergonzada, respondió:
Señor, aunque me esforcé mucho, no he conseguido obtener ningún fruto.
El príncipe guardó silencio unos segundos y luego dijo satisfecho:
No tengo duda. Tú eres la elegida por mi corazón. Si me aceptas, serás la emperatriz.
A continuación, el príncipe explicó su veredicto:
Sólo ella ha sido sincera y valiente. Las semillas que repartí eran estériles. No era posible que de ellas brotara nada.
Pocos días después, Li-Yung y Saomín se casaron y ningún viento mudó nunca la feliz suerte del emperador y su esposa.

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