martes, 1 de noviembre de 2011

El boticario de la isla de San Luis.


El boticario de la Isla de San Luís.
(Adaptado de Gudule)

Hace mucho, mucho tiempo vivía en París un viejo boticario famoso por su talento. Sus ungüentos hacían maravillas. Anselmo, que así se llamaba este hombre, era altanero y sin ninguna compasión por las desdichas ajenas.

Anselmo: ¡No soy un curandero al que se le paga con huevos u hortalizas! ¡Necesito dinero constante y sonante!

Como se ve le intersaba más el beneficio que podía obtener con su oficio que aliviar los males de sus semejantes.

Anselmo: ¡La salud no tiene precio! ¡Por eso, es privilegio de los ricos!

Al final, consiguió que todos sus clientes perteneciesen a la mejor sociedad.
Un día entró en su botica una muchacha vestida con harapos con la intención de conseguir un remedio que aliviara los dolores de su abuela, aquejada de reumatismo. Anselmo se disponía a echarla cuando se lo pensó mejor. Aquella miserable era verdaderamente atractiva a pesar de su aspecto.

Anselmo: No quiero dinero. Sin embargo, necesito una criada. Si trabajas para mí, curaré a tu abuela.

Y la muchacha aceptó agradecida.
El boticario le dio ropa limpia y le ordenó que se aseara. Cuando la muchacha se presentó de nuevo ante él, Anselmo comprobó que no se había equivocado: la joven lo tenía todo para agradar.

Anselmo: ¿Cómo te llamas?
Marinette: Marinette.
Anselmo: Pues bien, Marinette, a partir de hoy ésta será tu casa.

Marinette demostró al poco tiempo que no sólo era hermosa y trabajadora, sino que además tenía un excelente carácter. Tanto es así, que el boticario, que no quería a nadie, se enamoró de ella.

Anselmo: ¿Quieres casarte conmigo?
Marinette: ¡Mi abuela le convendría más!
Anselmo: Si me aceptas como prometido, te confiaré la llave del sótano.

El sótano, donde Anselmo se encerraba todo el día, intrigaba muchísimo a la muchacha. El boticario no dejaba que Marinette metiera allí sus narices, bajo ningún concepto. Astutamente, ella observó:

Marinette: En ese caso, sería diferente...
Anselmo: Entonces, ¿me aceptas?
Marinette: A cambio de la llave, sí.

Él se la entregó con la advertencia de que tenía prohibido usarla antes de la boda.

Anselmo: La apertura de esa puerta será mi regalo de boda. Una futura mujer casada debe tener paciencia.

Pero lo primero que hizo Marinette, por supuesto, fue desobedecer aprovechando que su patrón salía. Cuando bajó las escaleras se llenó de indignación al ver a siete duendes atareados en el sótano.
Marinette: ¡Menudo granuja! ¡Qué sinvergüenza! !Así que su reputación era inmerecida!
Duende 1: ¡Desde luego! Toda su reputación se la debe a esta esclavitud en la que nos tiene consumidos. ¡Ya hace más de cincuenta años que no vemos el sol!
Duende 2: Y que no comemos más que trigo rancio. ¡Un trigo que ni las palomas querrían comer!
Duende 3: ¡Por no hablar de los castigos que nos impone cuando somos demasiado lentos para su gusto! Al principio éramos ocho. ¡Pero uno de los nuestros murió a causa de la paliza que recibió por dormirse sobre su brebaje!
Marinette: ¡Voy a liberaros ahora mismo!
Duende 1: ¿Y adónde iremos?
Duende 2: ¡Nuestro bosque está tan lejos!
Duende 3: ¡Y, además, Anselmo se vengará!
Duende 1: Nos exterminará a todos.
Duende 2: ¡Empezando por ti, generosa muchacha!
Duendes 1, 2, 3: ¡No, no, quedémonos aquí! ¡Somos demasiado viejos para morir!
Marinette: No seáis tan cobardes. Todos habremos huído para cuando el vuelva. ¡Venga, yo abriré la marcha!

Apenas hubo caminado tres pasos, se encontró de bruces con el boticario que había regresado antes de lo previsto.

Anselmo: ¡Miserable! ¡Me has desobedecido! ¡Voy a hacerte pagar muy cara tu traición!

Pero entonces sucedió algo increíble. Aquellos duendes que se habían mostrado tan temerosos, saltaron sobre el agresor para defender a la muchacha; y es que, la gratitud de las gentes del bolque, es más fuerte que el miedo.
Hicieron tanto y tan bien su trabajo, que el boticario quedó sordo, ciego e impotente para el resto de sus días. Marinette se casó con él y después lo encerró en el sótano donde lo alimentó sólo de trigo rancio. A los duendes, en cambio, les dio la habitación más soleada de la casa y los alimentó con aquello que más les gustaba. Más tarde, con la ayuda de su abuela, reabrió la botica como si no hubiese pasado nada. Y todo París pregonaba con ardor que Marinette era una bendición que no sólo hacía remedios tan buenos como los de su marido, sino que también atendía a los pobres como a los ricos.

El audio de este relato lo encontrarás aquí.
Todos los audios con sus textos de los relatos de esta categoría reunidos en un wiki picando aquí.


No hay comentarios: