El
señor conejo y la señora zorra.
(Fábula)
Narrador:
Era el señor Conejo un animalito travieso y astuto, y tan insolente
como una urraca. Continuamente gastaba pesadas bromas a sus vecinos,
que en vano buscaban la ocasión de echarle mano. Un día dijo el
señor Lobo a la señora Zorra, compañera de correrías.
Lobo:
Si esta noche no damos caza a ese animalejo y de él hacemos sabrosa
cena, me avergonzaré de ser lobo. Mira, tú no tienes que hacer más
que esto: vete a casa ahora mismo, métete en la cama, hazte la
muerta y procura estarte muy quieta, hasta que venga el señor Conejo
y se acerque a ti. Entonces échale la garra.
Narrador:
Así lo hizo la señora zorra: se marchó a su casa y se metió en
cama. Mientras tanto, el señor Lobo se dirigió a casa del señor
Conejo, y llamó a la puerta.
Lobo:
Malas noticias, señor Conejo; la pobre señora Zorra ha muerto esta
mañana y yo he salido a ocuparme de su entierro.
Narrador:
Se alejó el señor Lobo, y el señor Conejo, curioso por saber de
cerca lo ocurrido, se fue a casa de la señora Zorra. Atisbó por la
puerta y la vio tendida en la cama, tan rígida como un palo y tal
como si estuviese muerta. Pero como el señor Conejo no tenía pelo
de tonto ni se dejaba engañar tan fácilmente, exclamó en alta voz
y como si hablase consigo mismo:
Conejo:
¡Pobre señora Zorra! Parece mentira que haya muerto; pero así es,
desgraciadamente. Lo mejor que puedo hacer es sentarme aquí hasta
que vayan llegando los vecinos. Pero, vamos, no puedo creer que haya
muerto, si es verdad lo que he oído decir de que las zorras, después
de muertas, se quedan meneando una pata trasera.
Narrador:
Al oír esto, la señora Zorra juzgó que tenía que hacer ver que
estaba verdaderamente muerta, y se puso a menear la pata.
Lo
vio el señor Conejo y salió de allí como un rayo, y no paró de
correr hasta que llegó a su casa.
Aquella
noche el señor Lobo y la señora Zorra no tuvieron otro remedio que
acostarse sin cenar.
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