Eric Kincaid |
Pulgarcita.
(Hans Christian Andersen.Adaptado)
(Hans Christian Andersen.Adaptado)
Narrador:
Érase una mujer que anhelaba tener un niño. Un día decidió acudir
a una vieja bruja y ésta le dijo:
Bruja:
Ahí tienes un grano de cebada. Plántalo en una maceta y verás
maravillas.
Narrador:
Sembró el grano y brotó una flor grande y espléndida, parecida a
un tulipán, que tenía los pétalos cerrados. La mujer besó
aquellos pétalos rojos y amarillos y se abrió la flor con un
chasquido, pero en el centro del cáliz se veía una niña
pequeñísima, no más larga que un dedo pulgar; por eso la llamaron
Pulgarcita. Le dio por cuna una preciosa cáscara de nuez y de día
jugaba navegando sobre una hoja de tulipán que flotaba a modo de
barquilla.
Una
noche, se presentó un sapo, que saltó por un cristal roto de la
ventana.
Sapo:
¡Sería una bonita mujer para mi hijo!
Narrador:
El sapo se llevó dormida a Pulgarcita en su cáscara de nuez y la
depositó en un pétalo de nenúfar en medio del arroyo para que no
escapara, mientras él y su hijo le preparaban su habitación debajo
del cenagal. Cuando se hizo de día despertó la pequeña, y al ver
donde se encontraba prorrumpió a llorar amargamente. Los pececillos
que nadaban se reunieron todos en el agua, alrededor del verde tallo
que sostenía la hoja, lo cortaron con los dientes y la hoja salió
flotando río abajo, llevándose a Pulgarcita fuera del alcance del
sapo.
Una
bonita mariposa vino a pararse sobre la hoja. Pulgarcita se desató
el cinturón, ató un extremo en torno a la mariposa y el otro a la
hoja; y así la barquilla avanzaba mucho más rápida.
Más
he aquí que pasó volando un gran abejorro y rodeó con sus garras
su cuerpecito y fue a depositarlo en un árbol. Otro abejorro al
verla dijo:
Abejorro:
¡Sólo tiene dos piernas! ¡No tiene antenas! ¡Uf, que fea! Deja
que se vaya.
Narrador:
La bajó al pie del árbol, y la depositó sobre una margarita. Todo
el verano se pasó la pobre Pulgarcita completamente sola en el
inmenso bosque. Para comer recogía néctar de las flores y bebía
del rocío que todas las mañanas se depositaba en las hojas. Pero
luego vino el invierno, el frío y largo invierno. Los pájaros se
marcharon y los árboles y las flores se secaron. Pulgarcita pasaba
un frío horrible, pues tenía todos los vestidos rotos. Se envolvió
en una hoja seca, pero no conseguía entrar en calor; tiritaba de
frío.
Llegó
frente a la puerta del ratón de campo, llamó a la puerta como una
pordiosera y pidió un trocito de grano de cebada.
Ratón:
¡Pobre pequeña! Puedes pasar el invierno aquí, si quieres.
Cuidarás mi casa, y me contarás cuentos, que me gustan mucho.
Narrador:
Un día le dijo el ratón:
Ratón:
Hoy tendremos visita. Mi vecino suele venir todas las semanas a
verme. Es aún más rico que yo; tiene grandes salones y lleva una
hermosa casaca de terciopelo negro. Si lo quisieras por marido nada
te faltaría. Sólo que es ciego; habrás de explicarle las historias
más bonitas que sepas.
Narrador:
El topo vino, en efecto, de visita y se enamoró de la niña por su
hermosa voz. Fueron a ver su casa y en un corredor se encontraron una
golondrina muerta. El topo, con su corta pata, dio un empujón y
dijo:
Topo:
Ésta ya no volverá a chillar. ¡Qué pena, nacer pájaro! A Dios
gracias, ninguno de mis hijos lo será. ¡Vaya hambre la que pasan en
invierno!
Narrador:
Aquella noche Pulgarcita no pudo pegar un ojo; saltó de la cama, fue
en busca de la golondrina y la cubrió con hojas y algodón. Aplicó
entonces la cabeza contra el pecho del pájaro y tuvo un
estremecimiento; le pareció como si algo latiera en él. Y, en
efecto, era el corazón, pues la golondrina no estaba muerta. El
calor la volvía a la vida. Regresó al día siguiente y ya tenía
abierto los ojos. Durante todo el invierno la cuidó hasta que
recuperó sus fuerzas.
Golondrina:
¡Gracias, mi linda pequeñuela! Ya he entrado en calor; pronto habré
recobrado las fuerzas y podré salir de nuevo a volar bajo los rayos
del sol.
Narrador:
Entonces la golondrina le contó que se había lastimado un ala en
una mata espinosa, y por eso no pudo seguir volando con la ligereza
de sus compañeras, las cuales habían emigrado a las tierras
cálidas. Cayó al suelo, y ya no recordaba nada más, ni sabía cómo
había ido a parar allí.
Cuando
llegó la primavera, el sol comenzó a calentar la tierra y
Pulgarcita hizo un agujero en el techo del túnel para que la
golondrina pudiera salir. Sabía lo que le esperaba: la boda con el
topo, a quien no quería; la soledad y la oscuridad de aquellas
galerías. Entonces la golondrina revoloteando en el aire le dijo:
Golondrina:
¡Vamos! Ponte sobre mi espalda y te llevaré volando conmigo.
Narrador:
Y así fue cómo la golondrina llevó a Pulgarcita al lugar donde
ellas hacen sus nidos; el mismo lugar, donde las personas diminutas
como ella, viven en el interior de hermosas flores blancas.
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