domingo, 15 de febrero de 2015

Pulgarcita

Eric Kincaid

Pulgarcita.
(Hans Christian Andersen.Adaptado)
Narrador: Érase una mujer que anhelaba tener un niño. Un día decidió acudir a una vieja bruja y ésta le dijo:
Bruja: Ahí tienes un grano de cebada. Plántalo en una maceta y verás maravillas.
Narrador: Sembró el grano y brotó una flor grande y espléndida, parecida a un tulipán, que tenía los pétalos cerrados. La mujer besó aquellos pétalos rojos y amarillos y se abrió la flor con un chasquido, pero en el centro del cáliz se veía una niña pequeñísima, no más larga que un dedo pulgar; por eso la llamaron Pulgarcita. Le dio por cuna una preciosa cáscara de nuez y de día jugaba navegando sobre una hoja de tulipán que flotaba a modo de barquilla.
Una noche, se presentó un sapo, que saltó por un cristal roto de la ventana.
Sapo: ¡Sería una bonita mujer para mi hijo!
Narrador: El sapo se llevó dormida a Pulgarcita en su cáscara de nuez y la depositó en un pétalo de nenúfar en medio del arroyo para que no escapara, mientras él y su hijo le preparaban su habitación debajo del cenagal. Cuando se hizo de día despertó la pequeña, y al ver donde se encontraba prorrumpió a llorar amargamente. Los pececillos que nadaban se reunieron todos en el agua, alrededor del verde tallo que sostenía la hoja, lo cortaron con los dientes y la hoja salió flotando río abajo, llevándose a Pulgarcita fuera del alcance del sapo.
Una bonita mariposa vino a pararse sobre la hoja. Pulgarcita se desató el cinturón, ató un extremo en torno a la mariposa y el otro a la hoja; y así la barquilla avanzaba mucho más rápida.
Más he aquí que pasó volando un gran abejorro y rodeó con sus garras su cuerpecito y fue a depositarlo en un árbol. Otro abejorro al verla dijo:
Abejorro: ¡Sólo tiene dos piernas! ¡No tiene antenas! ¡Uf, que fea! Deja que se vaya.
Narrador: La bajó al pie del árbol, y la depositó sobre una margarita. Todo el verano se pasó la pobre Pulgarcita completamente sola en el inmenso bosque. Para comer recogía néctar de las flores y bebía del rocío que todas las mañanas se depositaba en las hojas. Pero luego vino el invierno, el frío y largo invierno. Los pájaros se marcharon y los árboles y las flores se secaron. Pulgarcita pasaba un frío horrible, pues tenía todos los vestidos rotos. Se envolvió en una hoja seca, pero no conseguía entrar en calor; tiritaba de frío.
Llegó frente a la puerta del ratón de campo, llamó a la puerta como una pordiosera y pidió un trocito de grano de cebada.
Ratón: ¡Pobre pequeña! Puedes pasar el invierno aquí, si quieres. Cuidarás mi casa, y me contarás cuentos, que me gustan mucho.
Narrador: Un día le dijo el ratón:
Ratón: Hoy tendremos visita. Mi vecino suele venir todas las semanas a verme. Es aún más rico que yo; tiene grandes salones y lleva una hermosa casaca de terciopelo negro. Si lo quisieras por marido nada te faltaría. Sólo que es ciego; habrás de explicarle las historias más bonitas que sepas.
Narrador: El topo vino, en efecto, de visita y se enamoró de la niña por su hermosa voz. Fueron a ver su casa y en un corredor se encontraron una golondrina muerta. El topo, con su corta pata, dio un empujón y dijo:
Topo: Ésta ya no volverá a chillar. ¡Qué pena, nacer pájaro! A Dios gracias, ninguno de mis hijos lo será. ¡Vaya hambre la que pasan en invierno!
Narrador: Aquella noche Pulgarcita no pudo pegar un ojo; saltó de la cama, fue en busca de la golondrina y la cubrió con hojas y algodón. Aplicó entonces la cabeza contra el pecho del pájaro y tuvo un estremecimiento; le pareció como si algo latiera en él. Y, en efecto, era el corazón, pues la golondrina no estaba muerta. El calor la volvía a la vida. Regresó al día siguiente y ya tenía abierto los ojos. Durante todo el invierno la cuidó hasta que recuperó sus fuerzas.
Golondrina: ¡Gracias, mi linda pequeñuela! Ya he entrado en calor; pronto habré recobrado las fuerzas y podré salir de nuevo a volar bajo los rayos del sol.
Narrador: Entonces la golondrina le contó que se había lastimado un ala en una mata espinosa, y por eso no pudo seguir volando con la ligereza de sus compañeras, las cuales habían emigrado a las tierras cálidas. Cayó al suelo, y ya no recordaba nada más, ni sabía cómo había ido a parar allí.
Cuando llegó la primavera, el sol comenzó a calentar la tierra y Pulgarcita hizo un agujero en el techo del túnel para que la golondrina pudiera salir. Sabía lo que le esperaba: la boda con el topo, a quien no quería; la soledad y la oscuridad de aquellas galerías. Entonces la golondrina revoloteando en el aire le dijo:
Golondrina: ¡Vamos! Ponte sobre mi espalda y te llevaré volando conmigo.
Narrador: Y así fue cómo la golondrina llevó a Pulgarcita al lugar donde ellas hacen sus nidos; el mismo lugar, donde las personas diminutas como ella, viven en el interior de hermosas flores blancas.

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