BIEN
PUEDE SER.
(Juan
de Ariza. Adaptado)
Narrador:
Había una vez un rey que tenía una hija, única heredera de su
reino. Era hermosa, pero en cambio tenía un defecto, que era el
tormento de su padre; pues desde muy niña la princesa sólo
pronunciaba esta frase: bien
puede ser.
Estas palabras probaban que la hermosa princesa no era muda de
nacimiento; pero ni los ruegos del padre, ni la astucia de los
cortesanos, habían conseguido arrancarla un sólo monosílabo más.
El rey resolvió casarla imponiendo a sus pretendientes una singular
condición: entregaría su mano al príncipe que la hiciera hablar
alguna otra cosa. Todos los príncipes vecinos acudieron a la
invitación, pero fracasaron en el intento pues ella se limitaba a
decir a sus ocurrencias: bien
puede ser.
El buen rey se desesperaba y, queriendo hacer el último esfuerzo,
convocó a los simples caballeros del reino, bajo las mismas
condiciones.
Un
día, un caballero, emprendió el camino de la corte para intentar
ser él quien hiciera pronunciar otras palabras a la princesa. Cuando
tuvo hambre buscó una venta para satisfacer su apetito y en ella
encontró a un muchacho que estaba guisando un puchero.
Caballero:
Buenas tardes.
Muchacho:
Bienvenido.
Caballero:
¿Qué haces aquí?
Muchacho:
Me como al que viene y quedo esperando al que se va.
Caballero:
¿También me comerás?
Muchacho:
A dónde va usted?
Caballero:
A casarme con la princesa del bien puede ser.
Muchacho:
Es usted muy tonto para eso.
Caballero:
¿Por qué?
Muchacho:
Porque no ha entendido usted lo que he querido decir con «Me como al
que viene y quedo esperando al que se va.»
Caballero:
¿Quieres explicármelo?
Muchacho:
Al momento. Yo estoy guisando este puchero: al hervor suben los
garbanzos; al que logro coger me lo como, y al que se me escapa
espero que vuelva a subir para comérmelo también.
Caballero:
Eres agudo. ¿Tienes padre?
Muchacho:
Sí señor.
Caballero:
¿En dónde está tu padre?
Muchacho:
En el pesadero.
Caballero:
No te comprendo.
Muchacho:
Pues no será usted quien se case con la princesa.
Caballero:
¿Quieres explicarte ?
Muchacho:
Allá voy. Mi padre ha ido a ver una sementera: si está buena le
pesará haber sembrado poco, y si mala, haber sembrado tanto.
Caballero:
¿Y madre, tienes?
Muchacho:
Sí señor.
Caballero:
¿En dónde está tu madre?
Muchacho:
Amasando el pan que nos comimos la semana pasada.
Caballero:
Eso es imposible.
Muchacho:
No se casará usted con la princesa. La semana pasada comimos pan
fiado y mi madre está amasando hoy para pagarlo.
Caballero:
Tienes razón. ¿Hay en tu casa más familia?
Muchacho:
Una hermana, que está llorando los gozos del año pasado.
Caballero:
No te comprendo.
Muchacho:
Mi hermana se casó hace un año, muy alegre y con muchas fiestas;
ahora está pariendo.
Caballero:
Tienes muchísima razón.
Muchacho:
Pero usted es demasiado tonto para casarse con la princesa.
Caballero:
Voy a proponerte un trato.
Muchacho:
Sepamos.
Caballero:
En acabando nuestra comida, seguiremos el camino de la corte, y tú
me ayudarás a casarme con la princesa, y cuando yo llegue a ser rey
tú serás mi primer ministro.
Muchacho:
Concedido.
Narrador:
Se comieron todos los garbanzos en amor y compañía, cabalgaron
después, y, a buen paso, se fueron acercando a la corte.
Apenas
entrados en ella, el caballero y el muchacho pasaron al cuarto de la
princesa. Entonces se adelantó el muchacho y comenzó de esta
manera, con teatral ademán y acento:
Muchacho:
Señora, yo soy hijo único del labrador más rico de esta comarca.
Princesa:
Bien puede ser.
Muchacho:
Sus sembrados no tienen límites, y son tan numerosos sus rebaños,
que para recoger la leche ha tenido que construir un estanque de
cinco mil varas cuadradas.
Princesa:
Bien puede ser.
Muchacho:
Encontrándose lleno de leche, paseaba yo un día sobre su muro
comiendo piñones; como paseaba distraído, se me cayó un piñón en
el estanque, y al momento se formó un pino tan corpulento, que su
copa estaba oculta entre las nubes.
Princesa:
Bien puede ser.
Muchacho:
Me gusta mucho coger nidos, y calculé que un árbol tan alto debería
tenerlos a millares. Empecé a trepar pino arriba, y después de un
largo viaje llegué a su copa, que precisamente tocaba a la misma
puerta del cielo.
Princesa:
Bien puede ser.
Muchacho:
Encontrándome a tal altura, quise ver lo que allí pasaba, y me
entré sin pedir permiso. A la derecha estaba san Pedro, ocupado en
coser zapatos; y san Juan estaba a la izquierda con un puesto de
hermosos melones. Quise ver si eran de buena casta, y compré el más
pequeño de ellos. Llevaba yo un cuchillo de monte, y empecé a
partir el melón; pero de improviso el cuchillo desapareció por la
hendidura. No quise dejarlo perdido, y me entré tras él, con la
misma facilidad que si lo hiciera en este cuarto.
Dentro
ya del melón, empecé a andar, por ver si encontraba mi cuchillo;
pero se pasaban las horas sin que pudiera conseguirlo. De repente,
descubrí un hombre que venía hacia mí: «¿Adónde vas por aquí,
amigo?» «Voy en busca de un cuchillo de monte», le respondí.
«Pues ando yo buscando mi arado desde hace tres días y no he
conseguido encontrarlo.» Esta respuesta me desanimó y volví pies
atrás para salir por la hendidura que me había servido de puerta.
Vi con asombro que el pino había desaparecido del todo. Yo no podía
quedarme allí sin dar un susto a mi familia, y decidí bajar. Para
lograrlo compré a San Pedro un ovillo de guita, y atando un extremo
al banquillo en que estaba el santo trabajando, empecé a deslizarme
por ella, con la mayor facilidad. Me faltó algo de guita para llegar
al suelo y el santo, en vez de prestarme otro ovillo para llegar al
suelo, cortó la que había yo dejado atada a su banco. Me fui
acercando a la tierra, chocó mi cráneo con una roca, se rompió en
veinte mil pedazos, y en ella quedaron mis sesos hasta que un perro
los lamió.
Princesa:
¡Embustes enormes he oído, pero juro que éste me encanta!
Muchacho:
Y porque os encanta, señora, seréis esposa de mi amo.
Princesa:
¿De vuestro amo? Ni en sueños, caballero. Vuestra seré por haberme
hecho hablar y reír con embustes sin fin.
Narrador:
A los ocho días se celebró el matrimonio con gran pompa; el rey
viejo murió a los pocos años; el muchacho llegó a ser rey; y el
caballero que pretendía casarse con la princesa logró ser nombrado
ministro, aunque no fuera eso lo que habían pactado antes...
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