La
flor de Amancay
Narrador:
Hace muchos años, la tribu de los Vuriloche habitaba en los valles
del sur de los Andes. Quintral,
el
hijo del gran jefe, era el joven más apuesto y valiente de la tribu.
Su corazón ardía enamorado de una bella muchacha llamada Amancay.
Un
día, la tribu de los Vuriloche se vio afectada por una gran epidemia
y Quintral enfermó. En medio del delirio, el joven solo repetía una
palabra:
Quintral:
¡Amancay, Amancay!
Narrador:
El gran jefe, preocupado
por el grave estado de su hijo, hizo llamar a la joven con la
esperanza de que su presencia le aliviara en algo. Pero Amancay ya no
estaba en la aldea. Tratando de hallar el remedio que salvara a su
amado, la muchacha había acudido a la viaje hechicera.
Hechicera:
Solo una infusión de una
flor cortada en la cumbre más alta de los Andes puede terminar con
su mal.
Narrador:
Sin pensarlo, Amancay
trepó a la cima de la montaña donde se hallaba la hermosa flor
solitaria. Justo cuando iba a arrancarla, la sombra de cóndor,
guardián de las cumbres, la detuvo.
Cóndor:
Nadie puede robar la flor de mis montañas -dijo amenazante el ave.
Narrador:
Entre sollozos, la joven
insistió tanto que el cóndor al fin propuso un trato:
Cóndor:
Yo mismo llevaré la flor a tu amado si me entregas tu corazón.
Narrador:
Amancay aceptó y el
cóndor voló majestuosos con la flor hasta el valle donde vivía
Quintral, quien sanó gracias a ella. Durante el vuelo, pequeñas
lágrimas rojas brotaron de los pétalos de la flor y fueron cayeron
por el camino. Y de cada lágrima nació una nueva flor.
Desde
entonces, esas hermosas flores reciben el nombre de Amancay y son el
símbolo del amor: quien regala una flor de Amancay entrega con ella
su corazón.
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