miércoles, 1 de septiembre de 2010

Los cisnes salvajes.

Los cisnes salvajes.
(Adaptación del cuento de Andersen).

Allá lejos hubo un rey que tenía once hijos y una hija. Los niños eran dichosos desde el amanecer hasta que se iban a dormir.
Pero pasaron los años y el rey se casó con una reina malvada, que además era bruja, y que quería librarse de los príncipes. La reina confinó a Elisa en casa de unos labradores y convirtió a sus hermanos en grandes cisnes sin voz condenados a volar.
Transcurrieron los años y cuando Elisa cumplió los quince fue llevada a palacio. A la mañana siguiente la malvada reina fue a la sala de baños y al verla tan hermosa decidió alejarla para siempre. Enfurecida, desgarró las ropas de Elisa, enmarañó hu hermoso cabello y le embarró en la cara un asqueroso ungüento. El rey exclamó que esa no era su hija y Elisa huyó por montes y campos decidida a encontrar a sus hermanos aunque en ello le fuera la vida.
Al anochecer llegó llegó a un extenso bosque y a la mañana siguiente se puso en camino cuando se encontró con una anciana que llevaba una canasta de moras. Le preguntó por sus hermanos y ella le dijo:
-No he visto príncipe alguno, pero sí once cisnes que llevaban coronas de oro y nadaban en un río cerca de aquí.
Elisa siguió el curso del río hasta llegar a una playa donde lloró de impotencia ante la inmensidad del mar. De pronto vio en la playa once plumas de cisne. Las juntó en un ramillete y decidió permanecer allí hasta que aparecieran las aves. Por fin aparecieron y se posaron sobre en la arena y Elisa pudo ver cómo al caer el sol las plumas se borraban y aparecían sus once hermanos. Elisa dio un grito de alegría, corrió a abrazarlos y llamó por su nombre a cada uno de ellos. Su hermano mayor le contó que mientras el sol brillaba volaban por el mundo como cisnes salvajes, pero al caer la tarde recobraban su figura humana, por eso debían pisar tierra sólida al llegar el crepúsculo.
Los hermanos emplearon toda la noche en tejer una red para poder llevarla consigo alzada con sus picos. A la mañana siguiente emprendieron el vuelo, cruzaron el mar y pasaron la noche en un diminuto peñasco azotado por la tormenta. Al llegar el alba, volvieron a alzar el vuelo hasta que por fin llegaron al país que era el término de su travesía. Al caer la tarde del tercer día, depositaron a Elisa frente a una cueva para que pasara allí la noche. Elisa se dispuso a dormir cuando deseo:
-Me gustaría soñar la forma de liberarlos del hechizo.
Absorta en esta idea, soñando en los palacios que había visto desde el cielo, una bella hada salió a recibirla:
-Es posible liberarlos, pero tendrás que sufrir mucho para lograrlo. Fíjate en la ortiga que llevo en la mano. Arranca únicamente las ortigas que crecen en los cementerios. Aunque te destrocen la la piel tienes que triturarlas hasta convertirlas en lino. Con él hilarás once túnicas. Cuando las arrojes sobre los cisnes salvajes el embrujo quedará roto. De principio a fin de tu trabajo debes guardar absoluto silencio. Si dices algo, esa sola palabra atravesará como un espada el corazón de tus hermanos.
La mujer tocó la mano con la irritante ortiga y la despertó. En la caverna había una ortiga idéntica a la del sueño. Elisa llena de emoción comenzó su tarea. Trituró las ortigas hasta sacar lino verde y después hiló incansablemente.
Al caer la tarde, cuando regresaron sus hermanos, se alarmaron ante su silencio. Enseguida comprendieron lo que estaba haciendo. El más joven lloró sobre sus manos y desapareció el dolor y se borraron las ampollas.
Elisa ya había terminado la primera túnica cuando escuchó los cuernos de caza. Era el rey de aquel país que al verla en la cueva le dijo:
-¿Por qué te ocultas aquí? Ven conmigo. No puedes quedarte en esta caverna.
Y aunque Elisa lloraba, la montó en su caballo y al galope atravesaron las montañas. La llevó a su palacio y todos se inclinaban ante su radiante hermosura. El rey decidió tomarla como esposa. Únicamente al arzobispo disgustó la idea pues pensaba que se trataba de una bruja que hechizado al rey y enceguecido a todos los demás.
El rey se casó con ella y Elisa sin hablar ni siquiera con el rey, su esposo, continuó tejiendo las capas para sus hermanos. Pero al iniciar la séptima se quedó sin lino verde. Las ortigas que debía cortar con su propia mano se daban sólo en el cementerio. Se disfrazó y salió de palacio y el arzobispo la siguió hasta allí para espiarla. Ahora ya estaba seguro, la reina era una bruja y debía comunicárselo al rey.
La duda entró por primera vez en el corazón del rey cuando escuchó sus palabras. El rey entristeció pero Elisa continuó su tarea. Sólo falta una túnica cuando volvió al cementerio por más ortigas. El rey y el arzobispo fueron tras ella. El rey se negó a ver nada más:
-Que el pueblo la juzgue -dijo el rey. Y el pueblo decidió que Elisa debía morir en la hoguera.
En un sombrío calabozo, a la espera de su muerte, continuó tejiendo la última túnica cuando su hermano menor al fin logró encontrarla. Poco antes del amanecer, los once hermanos se presentaron en palacio solicitando ver al rey, pero antes de que pudieran hablar con él, salió el sol y sólo pudo ver a once cisnes salvajes sobrevolando sobre sus torreones y almenas.
Llegó el momento de la ejecución. Todos los habitantes de la ciudad se reunieron ante la pira en la que la bruja iba morir quemada viva. Elisa fue conducida en una carreta y continuaba torciendo el lino para terminar la undécima capa. Todos se arrojaron contra ella, pero los cisnes batiendo sus alas descendieron hacia la carreta. La multitud retrocedió temerosa. Y cuando el verdugo la tomó de la mano Elisa arrojó las once túnicas sobre los cisnes salvajes. De pronto aparecieron once apuestos jóvenes. Nadie dudó que se trataba de príncipes.
-Ahora ya puedo hablar: ¡Soy inocente!
Y al decir esto se desmayó en brazos de sus hermanos, exhausta por la terrible prueba que había soportado. Entonces aparecieron grandes bandadas de pájaros y las campanas de todo el país se echaron a vuelo.

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