El silfo y la princesa.
Antes de comenzar esta historia debéis saber que el silfo es una diminuta criatura, algo más grandes que el dedo pulgar, que vive en el interior del tronco de un árbol. Se alimentan de sus savia y se visten con con sus hojas y a cambio él, destruye sus parásitos, limpia su corteza y saca brillo a sus brotes... Es tal la unión que se establece entre ambos, que si el árbol muere, el silfo muere con él.
Un día Gus, un leñador de Las Árdenas, volvió abatido a su choza y sacó de sus alforjas un minúsculo cuerpo sin vida. Los ojos de su mujer Pernette se llenaron de lágrimas y le dijo:
-¡Pobre pequeño! Pero ¿qué ha ocurrido?
-Pierrot, mi aprendiz, ha cortado su árbol sin darse cuenta.
-¡Qué idiota ese Pierrot! No sé porqué cargas con un inútil semejante...
Y comenzó a acunar con tristeza al pequeño cadáver. Al sentir las caricias, el cuerpecillo se estremeció y Pernette extremó sus cuidados, y lo hizo tan bien, que el silfo sobrevivió.
El silfo fue llamado Silvano y durante muchas años no dio más que satisfacciones a sus padres. Les hablaba del bosque, imitaba el sonido del viento, el susurro de las fuentes o el galopar de un cervatillo. Gus y su mujer, nunca habían sido tan felices...
Cierta mañana de primavera, el rey paseaba a caballo por el bosque en compañía de su hija, la princesa Matilda, y fue a pasar por delante de la cabaña donde vivía el leñador Gus y su mujer. La princesa vio a Silvano tumbado tomando el sol en el alféizar de la ventana e inmediatamente lo quiso para ella. El rey, que tenía totalmente consentida a la princesa, se dirigió a Pernette, que estaba sola en casa:
-Ese juguete te lo compro. Te daré el dinero que me pidas.
-¡No es un juguete y no está en venta, señor!
-Ni siquiera por diez mil ducados.
-Ni por todo el oro del mundo. Silvano es mi hijo, la alegría de mi vejez. No puedo separarme de él, ni siquiera por una princesa.
-Pues tendrás que hacerlo. O aceptas el trato, u os mando a la cárcel, ¡a tí y al bribón de tu marido!
Silvano saltó al hombro de Pernette y le dijo al oído.
-Dí que sí madre. Embólsate el dinero y confía en mí. ¡Soy vuestro, bella dama!
Y así fue como comenzó la vida de palacio de Silvano, rodeado de lujos y placeres. Pero Silvano no apreciaba esos privilegios, echaba de menos a sus padres y al bosque. Pronto empezó a pasar todo el tiempo suspirando mientras contemplaba el cielo. Matilda, entoces, comenzó a perder interés por él, pero no estaba dispuesta a devolverle la libertad.
-O tú eres demasiado pequeño, o yo soy demasiado grande. ¿Ay, si fuésemos del mismo tamaño, qué bien me lo pasaría contigo!
Aquello le dio una idea a Silvano. Una noche, se subió a la rata que usaba como montura, y regresó a casa de sus padres. Ellos se llevaron una gran alegría al verlo y, pasada la primera alegría, Silvano les explicó su atrevido plan. Lo primero que hicieron fue ir a por Pierrot, el apuesto jovenzuelo que Gus tenía como aprendiz, que aunque era más simple que un besugo, en sus ojos negros brillaba esa mirada que enamora a las chicas.
-¿Quieres convertirte en príncipe?
-Sí.
-Entonces, sigue mis instrucciones al pie de la letra.
Recogieron hojas de todos los tamaños y formas y le cosieron a Pierrot un traje similar al de Silvano; luego se lo llevó al castillo y le ordenó a Pierrot que subiera por una hiedra hasta la habitación de la princesa. Esta sentado en la ventana contemplando las primeras luces del alba, cuando se despertó la princesa y contempló, en lugar de a un silfo, a un hombre hecho y derecho.
-¿Quién eres?
-Soy Silvano. Tus deseos han sido escuchados: esta noche, he crecido. Ahora soy de tu tamaño... ¡y estoy a tu disposición!
No hace falta que tengáis mucha imaginación para averiguar qué pasó después. Claro..., Matilda y Silvano, se casaron, fueron felices y tuvieron muchos hijos.
En cuanto a Silvano, regresó a su bosque y allí debe de seguir todavía, ya que la vida de los silfos es como la de los árboles: si la idiotez de los hombres no la trunca, ¡puede durar siglos!
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