miércoles, 30 de noviembre de 2016

El zar Saltán



El zar Saltán.
(Alexander Pushkin. Adaptado)

Narrador: Érase una vez tres hermanas que hilaban sentadas junto a la ventana en una noche del más frío invierno... 
H. mayor: Si yo fuera zarina prepararía sola un festín para el mundo entero. 
H. mediana: Si fuera yo zarina hilaría un tejido de oro tan hermoso y delicado que todo el mundo lo admiraría. 
H. menor: Si yo fuera zarina le daría a nuestro zar un hijo muy fuerte. Narrador: Un momento después el zar apareció en la cabaña de las tres hermanas.
Zar: ¡Os saludo! Debéis disculparme porque estabais cerca de la ventana y alcancé a escuchar lo que conversabais. ¿De verdad, quieres darle un hijo al zar?
H. menor: Sí, señor.
Zar: Tus deseos serán cumplidos. Serás mi zarina. Y vosotras, mis queridas palomas, os encargaréis de las cocinas y los telares de palacio.
 Narrador: El zar se casó el mismo día. En la cocina gruñía la cocinera, y lloraba la hilandera junto a su rueca, envidiosas ambas de su hermana la zarina. La zarina, fiel a su palabra, quedó encinta desde aquella misma noche. Por aquel tiempo hubo una guerra: el zar Saltán se puso al frente de sus tropas y se despidió de su esposa.
Nació el príncipe y la zarina envió un mensaje a su marido para comunicarle la buena nueva. Las celosas hermanas lo cambiaron por otro que decía que había traído al mundo un monstruo. El zar contestó que la zarina y el niño fueran respetados hasta su regreso, pero las malvadas hermanas lo cambiaron por otro en el que zar daba la orden de arrojar al mar a la madre y al niño. Así pues, metieron a la madre y al bebé en un tonel y los arrojaron al mar. Sin embargo, el príncipe crecía por horas hasta convertirse en un muchacho alto y fuerte.
Príncipe: ¡Ah, ola mía, tú que vas a donde quieres, quebrando las rocas y llevando las naves en tus ondas! ¡Ten piedad de nosotros y vuelve a dejarnos en tierra!
 Narrador: Las olas lo escucharon y depositaron el barril en la playa. Habían llegado a una isla desierta donde sólo había un roble solitario.
 Príncipe: Todo esto está muy bien, pero tendré que fabricar un arco para que podamos almorzar…
Narrador: De pronto, escuchó un grito de terror y un estruendo que agitaba las aguas: un cisne blanco era atacado por un feroz halcón. Éste fue abatido por un certero flechazo. El cisne le dijo:
Cisne: Salvaste mi vida dando muerte a un monstruo perverso. Que nada te preocupe de ahora en adelante porque cuidaré de ti y de tu madre. 
Narrador: El cisne inicio el vuelo. Descansaron y, al despertar, descubrieron con asombro cerca de allí una ciudad amurallada con cúpulas doradas. 
Príncipe: Madre, no dudo de que veremos aún mayores maravillas. Estoy seguro de que es obra de mi cisne. 
Narrador: Ya en la ciudad fueron recibidos por una inmensa multitud al repique de todas las campanas. El mismo día el príncipe fue reconocido como rey y tomó el nombre de Guidón.
Un día un barco mercante atracó en el puerto. Guidón recibió a los mercaderes y les preguntó:
 Príncipe: ¿Qué clase de mercancía lleváis, caballeros, y hacia dónde os dirigís ahora? 
Comerciante: Navegamos por el mundo entero y vendemos pieles de marta y de zorro; pero ahora vamos a Oriente al reino del zar Saltán. 
Príncipe: Os deseo una feliz travesía, y os ruego saludéis de parte mía al buen zar Saltán. 
Narrador: Los navegantes se hicieron a la mar seguidos por la mirada del príncipe, que se quedó muy triste.
Pero vio de pronto al blanco cisne que se acercaba por las olas.
 
Cisne: ¡Te saludo, buen príncipe! ¿Qué te ocurre? ¿Por qué estás tan triste? 
Príncipe: Estoy triste por no haber visto desde hace tanto tiempo a mi padre. 
Cisne: Pues me es fácil complacerte: te transformaré en seguida en mosquito, y así, volando, podrás seguir al navío. 
Narrador: Y así sucedió. Transformado en mosquito alcanzó la nave, llegaron al reino de Saltán y los comerciantes se presentaron ante el zar. Éste los interrogó pero las perversas hermanas estaban presentes: 
Zar: ¿Qué prodigios habéis visto en vuestros viajes? 
Comerciante: Hemos navegado por todos los mares, mi señor, pero lo más asombroso fue que en una isla desierta, donde lo único vivo era un roble, ahora hay una hermosa ciudad amurallada. La gobierna el príncipe Guidón, quien te saluda con respeto. 
Zar: Si viviera un poco más, me gustaría ver la isla y visitar a su príncipe Guidón. 
Narrador: Una de las hermanas, sospechando lo peor, dijo: 
H. mayor: ¡Vaya una cosa milagrosa! Conozco un bosque en el que crece un pino. Debajo de él hay una ardilla que canta y come nueces. Aquellas nueces tienen corteza de oro y el fruto de esmeralda. ¡Esto sí que puede decirse que es una maravilla!
Narrador: Guidón, después de picar a su tía la cocinera en el ojo, regresó a su reino. Ya allí, cuando el cisne conoció la invención de su malvada tía, lo llevó a un patio de su palacio donde vio el pino, la ardilla, las nueces de oro y las esmeraldas.
Príncipe: Gracias, mi fiel cisne.
Cisne: Sabes que cuidaré de ti y de tu madre. 
Narrador: Volvieron los comerciantes, contemplaron la maravilla hecha realidad, partieron hacia el reino de Saltán y Guidón, transformado en moscardón, les acompañó en el barco. En el palacio del zar relataron:
Zar: Y bien, ¿que maravillas han contemplado esta vez?
Comerciante: Hemos visto una cosa en verdad milagrosa: en el palacio del rey Guidón crece un enorme pino, bajo el cual se levanta un kiosco de cristal. En este kiosco vive una ardilla que, mientras canta, va rompiendo nueces. Pero las nueces no son como las otras: su cáscara es de oro puro y su fruto es una esmeralda; con las cáscaras se acuñan monedas y las muchachas recogen las esmeraldas y las ocultan en sus cofres. El príncipe Guidón, que te manda sus saludos.
 Zar: Si viviera un poco más, me gustaría ver la isla y visitar a su príncipe Guidón. 
H. mayor: ¡Vaya un milagro! Sé de una cosa mucho más sorprendente. En cierto lugar, cuando el mar se agita cubriendo la orilla de blanca espuma, salen de las olas treinta y tres héroes gigantes, capitaneados por Cernamor. ¡Esto sí que puede decirse que es una maravilla!
Narrador: El moscardón, silbó y zumbó y de pronto picó a su tía en el ojo izquierdo.
H. mayor: ¡Ahhhh! ¡Te cazaremos, maldito!
Narrador: Pero era tarde ya. Guidón salió volando por la ventana y regresó a su tierra.
Una vez más caminó por la playa y le contó al cisne las fabulaciones inventadas por su malvada tía cada vez que su padre, el zar, expresaba el deseo de visitar la isla.
Cisne: ¡Bueno, príncipe! No te preocupes. Si no es más que esto, es fácil arreglarlo. Conozco a estos jóvenes héroes: son mis hermanos, y haré que se presenten aquí.
Narrador: De pronto, el mar comenzó a hervir y los treinta y tres héroes marcharon hacia la playa guiados por el propio Cernamor.
Cernamor: La princesa-cisne nos envía para proteger tu ciudad. Cada día saldremos al mar para hacer la ronda en torno a los muros. Así es que pronto nos volveremos a ver. Y ahora, adiós, pues nos molesta el aire de la tierra. 
Narrador: Nuevamente los mercaderes anclaron en el puerto y el príncipe, transformado por el cisne en un zángano, partió con ellos. Cuando los comerciantes contaron la maravilla de los soldados que surgían del mar, la hermana mayor, interrumpió:
H. mayor: ¡Vaya una maravilla! ¿Qué tiene de particular que unos mancebos salgan del mar para vigilar una ciudad? Conozco una cosa… ¡pero ésa sí que es en verdad maravillosa! Al otro lado del mar existe una princesa de belleza tal que es imposible dejar de mirarla. En sus trenzas se oculta la luna y una estrella resplandece en su frente. ¡Éste sí es un verdadero milagro!
Narrador: El príncipe se indignó, zumbó en torno a ella y la picó en la nariz.
H. mayor: ¡A él! ¡a él! ¡Esta vez te cazaremos, maldito! 
Narrador: Pero el zángano voló por la ventana, atravesó tranquilamente el mar y regresó a su isla. El cisne lo encontró caminando por la playa y le preguntó por qué seguía tan triste:
Príncipe: Porque no tengo aquí a nadie que me acompañe. Me siento muy solo. En la corte de mi padre escuché hablar de una princesa tan hermosa que es imposible dejar de mirarla.  
Cisne: Esa princesa existe. No necesitas ir muy lejos: Yo soy la princesa que buscas.
Narrador: Un instante después Guidón tuvo ante sus ojos la princesa más hermosa que pudo haber imaginado.
Un día, Guidón y su esposa, la princesa-cisne, contemplaban las velas en el horizonte:
Príncipe: Mira, es mi padre el zar quien se aproxima.
Narrador: Efectivamente, era él. Hirvió el mar y salieron los soldados; la ardilla cantaba y partía nueces de oro con esmeraldas y todos con gran alegría entraron en el palacio del trono donde se celebró un gran banquete en honor al feliz reencuentro. Todos se sentaron a comer, todos..., excepto uno de los ministros del zar que dichoso se arrojó al suelo a jugar con el gato de palacio.

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