Los
siete cuervos.
(Grimm)
Narrador:
Había una vez un hombre que tenía siete hijos, y no tenía ninguna
hija, aunque deseaba tener una. Por fin su esposa concibió y dio a
luz una niña. La pequeña era tan enfermiza que tuvieron que
bautizarla en casa. El padre envió a uno de sus muchachos con una
jarra a que fuera de prisa al pozo para que trajera agua para el
bautizo. Los otros seis lo acompañaron, y como cada uno quería ser
el primero en llenarla, discutieron y se les cayó la jarra en el
pozo.
Se
quedaron paralizados, y no sabían que hacer, y ninguno quería
volver a la casa. Como ellos no retornaban, el padre se impacientó y
dijo:
Padre:
¡De seguro se quedaron jugando y olvidaron su deber, esos
irresponsables muchachos! ¡Desearía que todos se convirtieran en
cuervos!
Narrador:
Un escandaloso ruido de alas en el aire se escuchó sobre su cabeza y
vio a siete negros cuervos alejándose. Los padres, muy tristes por
la pérdida de sus siete hijos, se consolaban con la existencia de su
pequeña hija, que pronto se restableció y fue creciendo sana y
bondadosa.
Ella
no supo que tenía hermanos, pues sus padres se cuidaron de no
mencionarlo. Pero un día, accidentalmente escuchó a otra gente
hablando de ella:
Vecina:
¡Pobre muchacha! Es encantadora. Será mejor que siga sin saber que
ella fue la culpable de la mala fortuna que tuvieron sus siete
hermanos.
Narrador:
Entonces preguntó a sus padres si era cierto que ella tenía
hermanos, y qué había sido de ellos. Los padres no pudieron ocultar
más el secreto. La joven pensó que tenía que salvar a sus hermanos
y un día se marchó secretamente para encontrar la pista de sus
hermanos y liberarlos, le costara lo que fuera. No llevaba nada con
ella, a excepción de un pequeño anillo de sus padres como amuleto,
un bollo de pan contra el hambre, una pequeña botella de agua contra
la sed y una pequeña silla como provisión contra el cansancio.
Y ella
avanzaba continuamente hacia adelante, lejos y más lejos, hacia el
puro final del mundo. Y llegó hasta donde el sol, pero era muy
caliente y terrible. Rápidamente ella corrió, y fue hacia la luna,
pero era muy helada, y también horrible y maliciosa, y cuando la vio
a ella, dijo:
Luna:
Me huele, me huele a carne humana.
Narrador:
Escapó velozmente y llegó hasta las estrellas, que fueron amables y
buenas. Cada una de ellas estaba sentada en su propia sillita
particular. Pero la estrella matutina se levantó, y le dio el hueso
de una pata de pollo, y dijo:
Estrella:
Si tú no tienes ese hueso, no podrás abrir la Montaña de Cristal,
y es en esa montaña donde están tus hermanos.
Narrador:
La joven tomó el hueso de pollo, lo envolvió cuidadosamente en una
manta, y siguió adelante hasta llegar a la Montaña de Cristal. La
puerta estaba cerrada, y pensó que debería sacar el hueso, pero
cuando desenvolvió la manta, estaba vacía, y se dio cuenta de que
había perdido el regalo de la buena estrella.
¿Qué
debería hacer ahora? Ella deseaba rescatar a sus hermanos, y no
tenía la llave de la Montaña de Cristal. La buena hermana tomó un
cuchillo, cortó uno de sus pequeños dedos, lo puso en la puerta y
exitosamente se abrió. En cuanto entró, un pequeño enano se le
acercó y le dijo:
Enano:
Mi muchachita, ¿qué andas buscando?
Niña:
Busco a mis hermanos, los siete cuervos.
Enano:
Los señores cuervos
no están en casa, pero si quieres esperar hasta que regresen, pasa,
adelante.
Narrador:
Enseguida el pequeño enano trajo la comida de los cuervos y la
pequeña hermana comió una pizca de cada plato, y un pequeñito
sorbo de cada vaso, pero en el último vaso dejó caer el anillo que
ella había cargado consigo. De pronto se oyó el aleteo de alas y un
zumbido por el aire:
Enano:
¡Ahora los señores
cuervos están llegando a casa!
Narrador:
Y ellos llegaron, buscaron sus pequeños platos y vasos. Entonces se
dijeron unos a otros:
Cuervo
1: ¿Quién habrá comido
algo de mi plato?
Cuervo
2: ¿Quién habrá bebido
algo de mi vaso?
Cuervo
3: ¡Es la huella de una
boca humana!
Narrador:
Y cuando el séptimo llegó al fondo de su vaso, el anillo rodó
contra su boca. Entonces lo miró, y vio que era el anillo que
pertenecía a su padre y madre.
Cuervo
7: ¡Alabada sea nuestra
suerte! Si nuestra hermana se encuentra aquí, estaríamos salvados.
Narrador:
Cuando la joven, que se había quedado observando detrás de la
puerta, escuchó el deseo, se acercó a ellos, y en ese instante los
cuervos retornaron a su forma humana de nuevo. Y se abrazaron y
besaron, y regresaron felizmente a su casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario