Las
tres naranjas encantadas.
(Cuento
popular español)
Narrador:
Esto era una vez un príncipe de buen corazón, valiente e
inteligente. Cierto día se estaba lavando con una jofaina de oro y
al terminar, sin darse cuenta, echó el agua por el balcón. Una
vieja mujer que pasaba por allí se mojó toda, de los pies a la
cabeza. Muy enfadada, como era medio bruja, le echó esta maldición:
Mujer
1ª: ¡Muérete si no
logras encontrar las tres naranjas encantadas, sin ellas jamás
podrás saber lo que es el amor!
Narrador:
Inmediatamente decidió salir en busca de aquellas tres naranjas.
Después de mucho cabalgar, un día, al anochecer, llegó a una
lujosa mansión en medio del camino. Una hermosa señora vestida de
seda y oro acudió a abrirle la puerta.
Luna:
¿Qué deseas forastero?
Príncipe:
Señora, ando peregrinando en busca de las tres naranjas encantadas.
Sólo encontraré el amor si logro apoderarme de ellas.
Luna:
Así está escrito en el libro de las estrellas, mis eternas
compañeras de la noche, pero no sé dónde se encuentran; mejor será
que sigas cabalgando hasta el palacio de mi hermano el sol; él, que
todo lo ilumina, es fácil que las haya visto en alguna parte.
Narrador:
Cabalgó días y días hasta que por fin encontró el palacio del
sol.
Sol:
Bienvenido, príncipe; ya me avisó mi hermana Luna de tu extraño
deseo que te hace viajar tan lejos de tu país. Tan poco yo sé dónde
está lo que buscas, pero mi hermano el aire que está en todas
partes es posible que lo sepa. Su palacio queda muy cerca de aquí.
Narrador:
Llegó a su palacio del que se levantaban enormes cúpulas que
llegaban hasta el cielo envueltas en espesa niebla y el Aire le habló
así:
Aire:
Las tres preciosas naranjas que buscas se encuentran en el jardín
mágico, exactamente en el cuarto naranjo empezando por la derecha.
Pero has de tener mucho cuidado porque un duende vigila el parque
todo el día. ¡Que tengas suerte, muchacho!
Narrador:
El príncipe llegó al jardín mágico y sin entrar en él,
encaramado en la tapia, logró apoderarse de las tres naranjas. Luego
partió veloz en su caballo y el duende no logró alcanzarlo. Ya
lejos se detuvo para que su caballo pastara y bebiera. Él notaba su
garganta seca y partió una naranja. Al momento apareció ante él
una hermosa doncella con un niño.
Doncella:
Dame agua para lavarme, toalla para secarme y peine para peinarme, si
no me vuelvo a mi naranjal.
Narrador:
El príncipe se quedó mudo ante aquella extraña petición. Entonces
la naranja se volvió a cerrar sola y la doncella y el niño
volvieron a quedar dentro; luego la naranja se le escapó de sus
manos y se perdió en el aire. Muy triste montó en su caballo para
regresar al palacio de su padres. Cuando abrió la segunda naranja
también le ocurrió lo mismo. Entonces decidió no abrir la tercera
naranja hasta no tener en sus manos lo que con certeza le iba a pedir
la tercera doncella. Después de mucho cabalgar llegó a una aldea y
en una posada pidió que le trajeran una jofaina con agua, una toalla
y un peine. Entonces partió la tercer naranja y salió de ella la
más hermosa doncella del mundo con un niño en brazos.
Doncella:
Dame agua para lavarme, toalla para secarme y peine para peinarme, si
no me vuelvo a mi naranjal.
Vaya,
lo tenías todo preparado. Bueno, mejor será que me lleve todo esto
a la fuente, debajo de un árbol. Es más agradable lavarse y
peinarse allí que en un cuarto de una pobre posada.
Narrador:
Ya en la fuente, al pie de un frondoso árbol el príncipe le dijo.
Príncipe:
Mira, yo me adelantaré con mi caballo al palacio de mis padres para
recogerte con una rica carroza. Así, mis padres estarán prevenidos
de que regreso a casa.
Doncella:
Como tú desees, pero no tardes mucho, mi amor; mientras te esperaré
subida en el árbol.
Narrador:
Después de haberse marchado el príncipe llegó a la fuente una fea
y desagradable mujer con un cántaro. Entonces vio reflejada en la
superficie del agua la hermosa cara de la muchacha y la del pequeñín
que le acompañaba. Asombrada, levantó la cabeza y descubrió a la
doncella y al niño sentados en una rama. La perversa mujer le dijo
melosamente.
Mujer
2ª: Linda muchacha que
te estás peinando, ¿quieres que te peine yo resalada? Mis manos son
de plata para trenzar el cabello. Prueba y verás.
Narrador:
Bajó del árbol y empezó a peinarle, pero de pronto le clavó un
grueso alfiler en la cabeza y en lugar de la hermosa doncella
apareció a los pies de la malvada mujer una blanca paloma que empezó
a revolotear a los pies del niño. El príncipe se quedó mudo de
asombro al ver convertida en una mujer tan fea aquella hermosa
muchacha a la que él había dejado allí. Muy compungido los llevó
a palacio, mientras el pequeñín no apartaba la vista de una
preciosa paloma que durante el trayecto les venía siguiendo.
Mujer
2ª: Amado mío, has de
matar a esa impertinente paloma que no para de revolotear en torno al
niño.
Príncipe:
¿Y por qué tengo que matar a una indefensa paloma que además
distrae al niño?
Narrador:
Entonces el niño cogió la paloma entre sus manos y al ver que tenía
algo clavado en su cabeza se lo arrancó con fuerza. Al instante la
paloma se convirtió en la hermosa joven de la naranja. El príncipe
la abrazo emocionado y la malvada mujer, al verse descubierta, saltó
de la carroza con tan mala fortuna que los cascos de los caballos la
pisaron y acabaron con su vida. Y así termina este cuento. Tal como
me lo contaron, yo te lo cuento.
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