Garbancito.
Narrador:
Esto era un matrimonio que no tenía familia, y siempre estaba
pidiéndole a Dios que les concediera un hijo, aunque fuera como un
garbanzo. Tanto se lo pidieron, que al fin tuvieron un hijo, pero tan
pequeño como un garbanzo. Por eso le pusieron Garbancito.
Una
hora después de nacer le dijo a su madre:
Garbancito:
Madre, quiero pan.
Narrador:
Y su madre le dio un pan. Garbancito se lo comió en un santiamén.
Volvió a pedir pan, y su madre se lo volvió a dar, y luego otro y
otro. Así estuvo Garbancito comiendo hasta que dio cuenta de noventa
panes, uno detrás de otro.
Al
poco tiempo, le dijo a su madre:
Garbancito:
Madre, apáñeme usted la burra y el canasto de mi padre, que se lo
voy a llevar al campo.
Madre:
¿Pero cómo vas a hacer tú eso con lo pequeño que eres...?
Garbancito:
Usted apáñemelo, que ya verá cómo se lo llevo.
Narrador:
Pues bueno, la madre le preparó la burra y el canasto, que lo metió
en un serón. Garbancito pegó un salto, se subió en el serón y,
corriendo por el pescuezo de la burra, llegó hasta una oreja y se
metió dentro.
Garbancito:
¡Aarre, burra! ¡Aarre!
Narrador:
Así le iba diciendo al animal, que le obedecía. En mitad del camino
toparon con unos gitanos, que, al ver una burra sola, dijeron:
Gitano:
¡Uy, una burra sola! Vamos a cogerla.
Narrador:
Pero Garbancito dijo:
Garbancito:
Dejad a la burra. Dejad a la burra, que no va sola.
Narrador:
Al oírlo, los gitanos salieron corriendo despavoridos, creyendo que
aquella burra estaba encantada.
Narrador:
Cuando llegó a donde estaba su padre, Garbancito dijo:
Garbancito:
¡Soo, burra!
Narrador:
La burra se paró y el padre no salía de su asombro.
Garbancito:
Apéeme usted, padre, que vengo en la oreja y le traigo el canasto.
Narrador:
Así lo hizo el padre muy asombrado y, cuando ya estaba Garbancito en
el suelo, va y le dice:
Garbancito:
Padre, mientras usted come, podría yo ir haciéndole unos surcos.
Padre:
No, hijo, que eres muy pequeño para trabajar.
Garbancito:
Que no, padre, ya verá usted cómo lo hago.
Narrador:
Y de un salto se subió al yugo y empezó a dirigir los bueyes:
Garbancito:
¡Andaa, Pinto! ¡Ya, ya, Macareno!
Narrador:
Los bueyes empezaron a moverse y en poco rato habían terminado de
arar. Luego Garbancito llevó a los bueyes a la cuadra y se acostó a
descansar en el pesebre del Pinto. Pero este se comió a Garbancito,
sin darse cuenta, y cuando llegó el padre empezó a buscarlo y no lo
encontraba. Se puso a llamarlo:
Padre:
¡Garbancito!, ¿dónde estás?
Narrador:
Y Garbancito le contestó:
Garbancito:
¡En la barriga del Pinto, padre! ¡Mátelo usted y le daré
veinticinco!
Narrador:
Enseguida mataron al buey Pinto, le rajaron la barriga y se pusieron
a buscar en las tripas, pero no hubo manera de dar con Garbancito.
Aquella noche llegó el lobo y se comió las tripas del buey, y con
ellas a Garbancito.
Iba
el lobo por el monte, y Garbancito decía:
Garbancito:
¡Pastores, pastores, que aquí va el lobo! ¡Pastores, pastores, que
aquí va el lobo!
Narrador:
Salieron todos los pastores de sus cabañas y juntos apalearon al
lobo y lo mataron. También le rajaron la barriga para sacar a
Garbancito, que decía:
Garbancito:
¡Tened cuidado, no me cortéis a mí!¡Tened cuidado, no me cortéis
a mí!
Narrador:
Los pastores buscaron por todas las tripas, pero nada, no dieron con
él.
Uno
de los pastores hizo un tambor con las tripas del lobo, de manera que
Garbancito se quedó dentro del tambor.
En
esto vinieron unos ladrones, y los pastores salieron corriendo,
dejando allí el tambor.
Los
ladrones se sentaron al pie de un árbol y empezaron a repartirse el
botín; habían robado muchas piezas de oro. Decía el capitán:
Capitán:
Esta jarra para ti, esta para ti, y esta otra para mí.
Narrador:
Y Garbancito desde dentro del tambor, dijo:
Garbancito:
¿Y para mí?
Capitán:
¡Cómo! ¿Quién ha dicho eso? ¿Hay alguno que no esté conforme?
Narrador:
Los demás se miraban unos a otros. Seguía diciendo el capitán:
Capitán:
Esta copa para ti, esta para ti y esta para mí.
Narrador:
Y Garbancito:
Garbancito:
¿Y para mí no hay nada?
Capitán:
¿Cómo?
Narrador:
Exclamó enfurecido el jefe de los ladrones.
Capitán:
¿Quién ha dicho eso?
Narrador:
Los demás nada decían, y a esto que Garbancito se pone a tocar el
tambor, y los ladrones, de ver un tambor que tocaba solo, echaron a
correr que no se les veía el pelo, dejando allí todas las cosas que
habían robado.
Garbancito
se puso a arañar el tambor con una uña, hasta que hizo un agujerito
y pudo salir. Cogió el botín de los ladrones y se presentó en su
casa. Sus padres se pusieron muy contentos de verle, y además con
tantas cosas de valor. Garbancito dijo a su padre:
Garbancito:
Ya le dije a usted que matara a Pinto, que yo le daría veinticinco.
Narrador:
Bueno, pues ya eran tan felices, hasta que un día se presentaron
en
el pueblo los ladrones. Uno de ellos llevaba mucha sed y se acercó a
casa de Garbancito a pedir agua. La madre salió a la puerta y le dio
de beber al ladrón en lo primero que cogió a mano, y que era una de
las copas robadas. El ladrón, nada más verla, la agarró y dijo:
Capitán:
Señora, esta copa es mía. ¿Quién se la ha dado?
Narrador:
La madre se asustó y cerró la puerta. Entonces el ladrón fue a
contárselo a sus compinches:
Capitán:
Ya sé dónde está nuestro tesoro. Esta noche lo robaremos otra vez.
Narrador:
Pero Garbancito estaba sin pegar ojo, después de lo que había
contado su madre.
Garbancito:
Dejad puesta la lumbre, por si acaso.
Narrador:
Garbancito se quedó al lado de la chimenea, preparó un montón de
aulagas y puso en las llares un caldero de pez. A medianoche sintió
cómo los ladrones hablaban en voz baja por el tejado, y el capitán
se asomaba a la chimenea, diciendo:
Capitán:
Por aquí va a ser. Atadme la cuerda a la cintura, que voy a bajar.
Narrador:
En ese momento Garbancito atizó la lumbre, echó de golpe todas las
aulagas, soplando muy fuerte, y empezó a hervir la pez. El capitán
de los ladrones se puso a gritar:
Capitán:
¡Arriba, que me queman! ¡Arriba, que me queman!
Narrador:
Pero no les dio tiempo a sacarlo, sino que cayó directamente en el
caldero de pez y allí se quedó pegado y achicharrado y los demás
ladrones salieron corriendo y nunca más se les vio por allí. Y
colorín colorao, el que no levante el culo también lo tiene
achicharrao.
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