miércoles, 6 de enero de 2010

Los músicos de Bremen.





LOS MUSICOS DE BREMEN


Había una vez un molinero que tenía un burro; y ese burro se llamaba Orejas Largas. Orejas Largas había sido siempre un fiel servidor de su amo, pero los años no pasaban en balde y, Orejas Largas, se encontraba cada vez más mayor y cansado. El molinero, que consideraba que su burro ya no le servía para trabajar, le dijo que lo iba a llevar al descuartizador para venderlo como carne. Y el pobre Orejas Largas estaba muy apenado:
- Así es como me pagan tantos años de servicio. Dejaré a mi amo y me iré..., me iré..., ¡a la ciudad de Bremen! Y allí trabajaré..., trabajaré..., ¡como músico!
Y así fue como Orejas Largas emprendió su camino rumbo a la ciudad de Bremen.
Al poco rato, a un lado del camino, se encontró con un perro.
- ¿Qué haces aquí, Gran Ladrido?
- Ya ves, aquí estoy; descansando un rato, viendo el camino.
- Y ¿qué te pasa que estás tan triste?
- Mi amo me ha echado... Dice que ya no corro como antes y que ya no sirvo para cazar..., y me ha echado.
- Entonces, ¡vente conmigo! A mi también me han echado. Voy a la ciudad de Bremen. Voy a convertirme en músico de la ciudad. Me gustaría mucho que me acompañaras...
Y el perro emprendió con el burro la dirección que él llevaba: ¡La ciudad de Bremen!
Al poco tiempo, en un cruce de caminos, se encontraron al gato.
- ¿Qué haces ahí, Terror de los Ratones?
- Estoy recuperando el aliento. Mi amo, el granjero, dice que ya no sirvo para cazar ratones, que soy demasiado viejo.
- A nosotros también nos han echado. Vamos a convertirnos en músicos en la ciudad de Bremen. ¡Vente con nosotros!


Y los tres enfilaron el camino: ¡Siempre rumbo a la ciudad de Bremen!
Y llegaron a un pueblo, y cruzaron el río y se encontraron con una granja; y en la granja, una valla; y en la valla, el gallo.

- ¿Qué haces señor Cantamañanas?
- Que...,¿qué hago ? ¡que...¿qué hago?! Cacarear, cacarear, y nada más que cacarear porque si no cacareo.... Mi amo..., psiii..., ¡prestad oído!

Era el granjero que en la cocina estaba afilando, bien afilado, ¡el cuchillo! El próximo día tenía invitados: sus vecinos venían a cenar.

- ¿Habéis oído? ¡ Habéis oído ! Es el cuchillo de mi amo. Mañana tiene invitados y, como tiene invitados, no se le ha ocurrido mejor idea que ponerme a mí como plato: ¡ Sííí ! Primero, me va a cortar el pescuezo; luego, me va a desangrar; después, me va a poner en un barreño con agua caliente para quitarme todas las plumas; luego, me va a trocear: ¡Clan, clan, clan! Y, finalmente, me va a echar en una cacerola, junto con otras cosas, y me va a cocinar.

- Mira, gallo, nosotros vamos a ser músicos en la ciudad de Bremen. Quizás a ti también puedan contratarte. ¡Vente con nosotros!
Y los cuatro amigos- perro, burro, gato y gallo -siguieron el camino siempre rumbo a la ciudad de Bremen, donde esperaban encontrar una nueva vida y fortuna.
Al caer la tarde divisaron la luz de una cabaña. Se dirigieron sigilosamente a ella y el burro se acercó a la ventana para ver qué había adentro.
- ¿Qué pasa?, ¿qué pasa?-, preguntó, inquieto, el gallo.
- Veo una mesa repleta de comida y a siete bribones dispuestos a un festín.
- Hay que hacer algo. ¡Hay que hacer algo! Se nos tiene que ocurrir alguna idea.
Y esa idea se les ocurrió. El burro colocó sus patas delanteras en el alfeizar de la ventana; el perro, de un salto, se situó a lomos del burro; encima de él fue a parar el gato; y coronando esta torre, el gallo encontró su asiento. Y de repente, los cuatro músicos que iban a Bremen, comenzaron su concierto.
Y los siete bribones, aterrorizados por el estallido de los cristales y por los animales que se les echaban encima, se precipita­ron sobre la puerta; tomaron el patio y se internaron en el bosque, donde esperaron a que se les pasara el miedo.
Mientras tanto, nuestros cuatro amigos, se dieron el gran festín. Y, cuando tuvieron sueño, se fueron a dormir. El burro fue a tumbarse sobre la paja, en el patio; el perro, detrás de la puerta; el gato, junto a la estufa; y gallo se encaramó en lo alto de la chimenea.
Pero mientras ellos dormían, el jefe de la banda encargó al bribón más bobo de todos los bobos de todos los bribones, que fuera a echar un vistazo para ver qué ocurría en la cabaña. Este llegó a ella. Todo estaba quieto, todo estaba oscuro, sólo el resplandor de unas ascuas refulgían en la noche. Pero no eran unas ascuas:¡Eran los ojos del gato!
El bribón más bobo de todos los bribones, dirigió sus pasos hacia la puerta; entró dentro de la cabaña con la intención de avivar las ascuas para tener algo de luz y, en ese momento, ¡zas!, el gato se abalanzó sobre él y le arañó la cara. Asustado, se fue hacia la puerta y el perro le dio un mordisco en la pierna. Al llegar al patio, ¡pum!, el burro de una coz lo mandó a la chimenea; donde el gallo, con media docena de picotazos, se encargó de rematar la faena.
Y suerte tuvo este bribón que pudo contar a sus compinches lo que le había pasado:
- En la cabaña hay una bruja, muy bruja. ¡Mirad, mirad lo que me ha hecho en la cara! ¡Mirad qué arañazos! Pero, ahí no acaba eso: En la puerta un ayudante te mete unas cuchillas... ¡Mira, mira lo que me ha hecho! Luego llegas al patio y de dos puñetazos- ¡como si fueran coces! -, te mandan a la chimenea, donde tiene otro ayudante que te hace esto que tengo en el cuello. ¡Mira! Yo, me voy.
Y los siete bribones se dieron a la fuga con la esperanza de encontrar otro bosque y otra cabaña donde poder seguir planeando sus fechorías.
Y..., nuestros cuatro amigos,- perro, burro, gato y gallo -vivieron felices y contentos en la cabaña del bosque. Y allí entona­ron los más hermosos conciertos..., aunque nunca hubiesen ido a la ciudad de Bremen.

Y..., agh, agh, agh..., colorín colorado..., guau, este cuento..., ¡kikirikííí!, se ha terminado...., miauuu...

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