domingo, 13 de marzo de 2016

La reina de las abejas




La reina de las abejas.
(Hermanos Grimm).
Narrador: Un rey tenía dos hijos, que salieron un día en busca de aventuras, pero llevaron una vida tan turbulenta y desordenada que no volvieron a casa.
El más joven, que se llamaba Bobalicón, se puso en camino para buscar
a sus hermanos. Al fin los encontró, pero se burlaron de él diciendo que
cómo quería, siendo tan tonto, abrirse paso en el mundo, ya que ellos
tampoco lo habían logrado siendo mucho más listos.
Partieron los tres juntos y llegaron a un hormiguero. Los dos mayores
querían escarbarlo y ver cómo se arrastraban llenas de miedo las peque
ñas hormigas, pero Bobalicón dijo:
Bobalicón: Dejad a los animales en paz, no me gusta que los molestéis.
Narrador: Siguieron andando y llegaron a un lago en el que nadaban muchos, muchos patos. Los dos hermanos quisieron coger unos cuantos y asarlos, pero Bobalicón no lo permitió y dijo:
Bobalicón: Dejad a los animales en paz, no me gusta que los matéis.
Narrador: Finalmente llegaron a una colmena, en la que había tanta miel que ésta fluía por el tronco. Los dos quisieron prender fuego bajo el árbol y ahogar a las abejas para poder coger la miel. Bobalicón los retuvo de nuevo y dijo:
Bobalicón: Dejad a los animales en paz, no me gusta que los queméis.
Narrador: Por fin llegaron a un palacio, donde en los establos no había más que caballos de piedra y no se veía a ningún ser viviente. Recorrieron todos los salones hasta que al final llegaron ante una puerta en la que había tres cerraduras. Sin embargo, en medio de la puerta había una mirilla por la que se podía mirar al interior de la habitación. Vieron entonces a un hombrecillo gris sentado ante una mesa. Lo llamaron una y otra vez, pero no oía, hasta que finalmente a la tercera se levantó, abrió las cerraduras y salió. No pronunció
no que los llevó a una mesa repleta de manjares. Cuando terminaron de
comer y beber, llevó a cada uno a su dormitorio. A la mañana siguiente, el hombrecillo fue a la habitación del mayor, le hizo señas para que lo siguiera y lo condujo ante una pizarra de piedra en la que estaban escritas las tres
pruebas que, sí las superaba, harían que el castillo se desencantara.
La primera consistía en lo siguiente: en el bosque, debajo del musgo, se encontraban las mil perlas de la hija del rey; había que buscarlas y, si antes de la puesta de sol faltaba una sola, el que las buscaba se vería convertido en piedra.

El mayor se dirigió allí y buscó durante todo el día, pero cuando el día tocaba a su fin, no había encontrado más que cien. Y pasó lo que estaba escrito en la pizarra, que se convirtió en piedra.
Al día siguiente emprendió el segundo hermano la aventura. No le fue mejor que al mayor: no encontró más que doscientas perlas y se convirtió en piedra. Finalmente le tocó el turno a Bobalicón; buscó en el musgo, ¡pero era tan difícil encontrarlas y se iba con tanta lentitud! Se sentó en una piedra y se puso a llorar. Mientras estaba allí sentado, llegó el rey de las hormigas, al que le había salva do la vida, con cinco mil hormigas.

Poco tiempo después los animalillos habían reunido todas las perlas en un montón.
La segunda prueba consistía en sacar del mar la llave del dormitorio de
la princesa. Cuando Bobalicón llegó al mar, aparecieron nadando los patos que él había salvado. Se sumergieron y sacaron la llave del fondo.
La tercera prueba era la más difícil: entre las tres hijas del rey que estaban dormidas había que elegir a la más joven y más amable. Pero eran tan iguales como gotas de agua y sólo se diferenciaban en que, antes de dormirse, habían tomado distintos dulces: la mayor un terrón de azúcar, la segunda un poco de jarabe y la tercer a una cucharada de miel. Entonces llegó la reina de las abejas, a la que Bobalicón había protegido del fuego. Probó los labios de las tres princesas, y se quedó en los labios de la que había comido miel: así reconoció el hijo del rey a la más joven y más amable. El encantamiento había desaparecido, todos se vieron libres del sueño y todos los convertidos en piedra recuperaron su figura humana. Bobalicón se casó con la más joven y
amable, y fue rey después de la muerte de su padre. Sus dos hermanos tomaron como esposas a las otras dos hermanas.

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martes, 1 de marzo de 2016

Los siete cuervos.

Los siete cuervos.
(Grimm)
Narrador: Había una vez un hombre que tenía siete hijos, y no tenía ninguna hija, aunque deseaba tener una. Por fin su esposa concibió y dio a luz una niña. La pequeña era tan enfermiza que tuvieron que bautizarla en casa. El padre envió a uno de sus muchachos con una jarra a que fuera de prisa al pozo para que trajera agua para el bautizo. Los otros seis lo acompañaron, y como cada uno quería ser el primero en llenarla, discutieron y se les cayó la jarra en el pozo.
Se quedaron paralizados, y no sabían que hacer, y ninguno quería volver a la casa. Como ellos no retornaban, el padre se impacientó y dijo:
Padre: ¡De seguro se quedaron jugando y olvidaron su deber, esos irresponsables muchachos! ¡Desearía que todos se convirtieran en cuervos!
Narrador: Un escandaloso ruido de alas en el aire se escuchó sobre su cabeza y vio a siete negros cuervos alejándose. Los padres, muy tristes por la pérdida de sus siete hijos, se consolaban con la existencia de su pequeña hija, que pronto se restableció y fue creciendo sana y bondadosa.
Ella no supo que tenía hermanos, pues sus padres se cuidaron de no mencionarlo. Pero un día, accidentalmente escuchó a otra gente hablando de ella:
Vecina: ¡Pobre muchacha! Es encantadora. Será mejor que siga sin saber que ella fue la culpable de la mala fortuna que tuvieron sus siete hermanos.
Narrador: Entonces preguntó a sus padres si era cierto que ella tenía hermanos, y qué había sido de ellos. Los padres no pudieron ocultar más el secreto. La joven pensó que tenía que salvar a sus hermanos y un día se marchó secretamente para encontrar la pista de sus hermanos y liberarlos, le costara lo que fuera. No llevaba nada con ella, a excepción de un pequeño anillo de sus padres como amuleto, un bollo de pan contra el hambre, una pequeña botella de agua contra la sed y una pequeña silla como provisión contra el cansancio.
Y ella avanzaba continuamente hacia adelante, lejos y más lejos, hacia el puro final del mundo. Y llegó hasta donde el sol, pero era muy caliente y terrible. Rápidamente ella corrió, y fue hacia la luna, pero era muy helada, y también horrible y maliciosa, y cuando la vio a ella, dijo:
Luna: Me huele, me huele a carne humana.
Narrador: Escapó velozmente y llegó hasta las estrellas, que fueron amables y buenas. Cada una de ellas estaba sentada en su propia sillita particular. Pero la estrella matutina se levantó, y le dio el hueso de una pata de pollo, y dijo:
Estrella: Si tú no tienes ese hueso, no podrás abrir la Montaña de Cristal, y es en esa montaña donde están tus hermanos.
Narrador: La joven tomó el hueso de pollo, lo envolvió cuidadosamente en una manta, y siguió adelante hasta llegar a la Montaña de Cristal. La puerta estaba cerrada, y pensó que debería sacar el hueso, pero cuando desenvolvió la manta, estaba vacía, y se dio cuenta de que había perdido el regalo de la buena estrella.
¿Qué debería hacer ahora? Ella deseaba rescatar a sus hermanos, y no tenía la llave de la Montaña de Cristal. La buena hermana tomó un cuchillo, cortó uno de sus pequeños dedos, lo puso en la puerta y exitosamente se abrió. En cuanto entró, un pequeño enano se le acercó y le dijo:
Enano: Mi muchachita, ¿qué andas buscando?
Niña: Busco a mis hermanos, los siete cuervos.
Enano: Los señores cuervos no están en casa, pero si quieres esperar hasta que regresen, pasa, adelante.
Narrador: Enseguida el pequeño enano trajo la comida de los cuervos y la pequeña hermana comió una pizca de cada plato, y un pequeñito sorbo de cada vaso, pero en el último vaso dejó caer el anillo que ella había cargado consigo. De pronto se oyó el aleteo de alas y un zumbido por el aire:
Enano: ¡Ahora los señores cuervos están llegando a casa!
Narrador: Y ellos llegaron, buscaron sus pequeños platos y vasos. Entonces se dijeron unos a otros:
Cuervo 1: ¿Quién habrá comido algo de mi plato?
Cuervo 2: ¿Quién habrá bebido algo de mi vaso?
Cuervo 3: ¡Es la huella de una boca humana!
Narrador: Y cuando el séptimo llegó al fondo de su vaso, el anillo rodó contra su boca. Entonces lo miró, y vio que era el anillo que pertenecía a su padre y madre.
Cuervo 7: ¡Alabada sea nuestra suerte! Si nuestra hermana se encuentra aquí, estaríamos salvados.
Narrador: Cuando la joven, que se había quedado observando detrás de la puerta, escuchó el deseo, se acercó a ellos, y en ese instante los cuervos retornaron a su forma humana de nuevo. Y se abrazaron y besaron, y regresaron felizmente a su casa.



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